jueves, 17 de marzo de 2011

Hoy quería...

Hoy quería escribir sin motivo aparente. Escribir por nada, que es algo que siempre me cuesta. Escribir sin protagonista para mis historias, sin más personajes que los minutos que fluyen incesables, sin más trama que las impresiones que el mundo me deja entre los dedos, entre los párpados, en la punta de la lengua o en la necesidad de los vuelos.

Hoy me disponía a contar todo sin decir nada. A dejar que la realidad por sí sola se trague toda esa ficción que las mentes tan imaginativas como la mía deforman a su antojo.

Me disponía a escribir una historia cotidiana, del día día, de esas que llenan sin saber por qué, de esas que cuentan una rutina que nunca cansa y hasta resulta evocadora.

En cambio, he desistido.

He desistido de contar el pálpito que me inunda cada vez que pienso en la frustración de tus palabras. Me siento superada porque, queriéndolo entender todo, no puedo entender nada. No puedo describir lo que me conmueve cuando, al abrir una puerta, encuentro una de mis sonrisas amigas esperando que salude. No puedo hablar de lo que me emociona que alguien me mire a los ojos y me entienda sin decir una palabra. Desprovista de explicaciones, de argumentos, de imágenes; desprovista de palabras. Inerme ante una realidad que ni sé por dónde anda. Por ver lo que yo quise, por ignorar lo visible; por mirar más allá, por intentar ver en lo invisible.

No puedo describir lo inexplicable que es todo, ni lo histérica y nerviosa al sentir que aquello que creí "mi realidad" no existe, que es algo completamente ajeno, que gira en una dimensión insospechada.

Ni tampoco podría describir la alegre tristeza con que te despido, o la amarga alegría con que me planto ante el mundo agradeciendo la libertad de tu ausencia.

¿Puede ser amarga la alegría cuando pensamos que puede pasar y dejarnos desamparados ante la crueldad de una competencia que arrolla todo lo que antes ha educado? ¿Se da la paradójica alegre tristeza, el regocijo cuando me regodeo en mi propia pena, mientras expío las culpas pasadas y las venideras?

He desistido de desgranar cada uno de los hilos que mueven esta existencia absurda.
No hay futuro, aparente ni inventado, que lave este presente mezquino y desalmado.
Hoy siento el mundo frío; más que frío, congelado. Lo peor de todo no es eso, lo peor es que me siento otro de sus seres helados.

Dejo el empeño de limitar en palabras lo que ni la mente más lúcida del mundo podría explicar.
La filosofía de las explicaciones no es la mía.
No es ni puede serlo.
La realidad supera toda ficción.
No puedo sentenciar la cobardía, pero tampoco podría identificar la valentía.
No tengo una verdad a la que asirme, no hay camino ni principio que me guíe.

Podría aventurarme a llamarlo mentira, pero me aventuraría a quitar la neblina de una realidad que cada día se me antoja más caprichosa.

Realidad irreal, surrealista: una realidad que es imposible atrapar entre estas manos de barro, que se sale del telón de las figuras, las formas, las luces y las sombras.
Juegos de la infancia, juegos de edades maduradas a base de tormento.
Juegos, nada más.
Juegos que se creyeron que podrían alzar el vuelo, que idearon un paraíso en algún lugar.

Juegos que tal vez sólo debieron concienciarse de su destino para vivir conformes en el sueño.

Juegos, sueños, tan reales y tan siniestros.

Tan solos y tan nuestros.

Mentes que se enfrían a base de caídas, intentos, nuevas caídas y continuos tropiezos.

Juegos de ensueño, que caen pero que siempre saben salir adelante. Una vez me creí capaz de conquistar alguna parcela de este mundo: capaz de llegar a una verdad, a sólo una parte, a una rama, a una disciplina.
Una vez me creí capaz de comprender algunas explicaciones, de conquistar una parcela de este intangible mundo para poder llamarla mía, y así tener un lugar en el que introducirme y volar sin temor a la caída.

Hoy no tengo ganas de conquistar, hoy prefiero mostrarme en el estrado más voluble de mi ser, permeable a cualquier acontecer. Escéptica. Incluso cínica. Voluntariamente perdida. Pero ubicada en un lugar muy concreto: entre las noches y los días.

Hoy me disponía a contar una historia con argumento.

Desistí porque las historias, al final, acaban siendo la mezcla de nuestros cuentos.

Creación propia