El rosa impregna el aire
y, por un momento, nos nutre,
nos alimenta mientras,
se va acabando
el día.
El rosa toca con su halo
todas las cosas:
casas, árboles, plantas,
seres, personas...
El rosa: antesala
que precede a la noche
y nos lleva hasta el último latido,
tan final como primigenio.
Nos hace recordar
el primer aliento
donde juntos comulgamos:
Nosotros,
en el principio de los tiempos;
allí donde alzamos las manos
llenas de barro
y nos reconocimos
en el espejo de otro.
El rosa impregna el aire
y, por segundos,
expiramos mundo
sintiéndonos tan propios
como impersonales.
Patricia Gómez Sánchez
27 de febrero de 2024