viernes, 19 de marzo de 2010

Nada

Seca de palabras,
presente sin límites que me lanza
hacia alguna tierra inconquistada.
Ya no atino a hablar
cuando me supera la realidad.
Angustiada de presente
mis ojos no ven,
mi espíritu ni siente ni padece.
Impermeabilizada
del mundo, del tiempo, de todo.
Desearía encontrarme en tu mirada,
desearía abrirme en mis palabras,
desearía abrirte mi alma callada.
Pero hoy no puedo,
hoy navego en la Nada.
Soy ese ser sin memoria
que reniega de este aquí y este ahora.
Mundo de tierra,
alas de arena,
intuición que algo espera.
Corazón de tinta
que se seca y desespera
de tanto vivir en el día.
¿Donde está el alma del mundo
en el presente que vivimos
a diario?
¿Debo, acaso,
esperar ese alma
en otro destino?
¿O es que no existe tal alma,
o es que solo el presente está vivo?

lunes, 15 de marzo de 2010

Entre la contemplación y la acción

"Llega siempre un momento en el que hay que elegir entre la contemplación y la acción. Eso se llama hacerse hombre. Esos desgarramientos son espantosos. Pero para un corazón orgullosos no hay término medio. Están Dios o el tiempo, la cruz o la espada. Este mundo tiene un sentido más elevado que sobrepasa sus agitaciones. Hay que vivir con el tiempo y morir con él, o hurtarse a él para una vida más grande. Sé que se puede transigir y que es posible vivir en el siglo y creer en lo eterno. Eso se llama aceptar. Pero ese término me repugna, y quiero todo o nada. Si elijo la acción, no creáis que la contemplación es para mí una tierra desconocida. Mas no puede dármelo todo y, privado de lo eterno, quiero aliarme con el tiempo".
Es uno de los mejores fragmentos que he leído. Es de Albert Camus, en el libro "El mito de Sísifo".

viernes, 12 de marzo de 2010

Viajes en tren

Hay mucha gente. Por todos sitios la gente camina, corre, lee, escucha música o, simplemente, mira a su alrededor. Salgo a la calle, subo al tren y ahí, entre la multitud, me siento gente. ¿Serán ellos, también, como yo, conscientes de esto? ¿O seguirán sintiéndose los únicos dueños del suelo que pisan? ¿Seguirán aún con esa sensación de posesión, con ese aire dominante con que pasean por su casa?
El tren es el tránsito. Es ese lugar que les transporta. Que les transporta no sólo de casa al trabajo o al lugar de estudios, sino de un estado de su espíritu a otro. Casi todo el mundo viaja en tren viviendo un tránsito, sintiéndolo. Y en estos trenes que observo, y en los que yo también me transporto, veo un enfrentamiento de sensaciones: añoranza o espera. Unos añoran su hogar, el recogimiento. Otros esperan volver. Otros esperan llegar. Pero pocos sienten instante. Decía Camus que las personas tristes son las que ignoran o esperan. Ignorar y esperar es despreciar el presente. Son pocos los que no ven el tren como un tránsito.
El viaje dura poco, por lo que da pereza comenzar una conversación con la persona de al lado. Si durara mucho, la pereza vendría por el temor a llenar los espacios vacíos de conversación, los momentos en que las palabras se niegan a afluir.
El tren es cruce de miradas, es intriga, es misterio, es caos.
Cientos de vidas, de personas, de pensamientos que convergen y se unen en un mismo tiempo y lugar. Las personas dejan de ser personas para convertirse en mercancías objeto de transporte.
Cada uno busca la mejor manera de entretener ese tiempo; cualquier actividad que evada un poco la mente y permita aislarse del resto es válida.
El individuo se abstrae de su presente: se embarca en acordes que salen de sus auriculares, viaja entre las páginas de un libro, mira, sin observar o, sencillamente, duerme.
Nunca el tren es alegre. Siempre se intuye tristeza, melancolía, falta de vida, de palabras.
Suele molestar oír a alguien que habla, suele interrumpir la música alta o las carcajadas.
Queremos ver el tren como un lugar de silencio, soledad, aislamiento y alienación. Queremos evadirnos cuando algo nos recuerda que somos masa, que somos gente.
La vuelta a nuestra mente, a nuestro yo elimina esa ansiedad. Por eso en el tren, entre la masa, buscamos soledad.

jueves, 11 de marzo de 2010

Habitante de mi sombra

Sé tú, fugaz, mortal,
el habitante de mi sombra.
Dejaste de ser dios de mis pensamientos,
dejaste de ser el mito de mis anhelos.
Abajo de tu pedestal
ya te veo en la realidad.
Desmitificada tu figura
eres un cuerpo, un alma,
un ser que rueda y duda.
Y aún te quiero:
a ti, al mortal,
al iluso, al real,
con fallos y defectos.
Sé tú, fugaz, mortal,
el guardián de mis sueños.
Sé tú, fugaz, mortal,
el poseedor único de mis besos.
Mírame en el día, mírame en la noche;
mírame despojada ya
de toda máscara, cuando no haya
adornos ni colores.
Acompasa mis pulsos con tu aliento.
Rétame con tus pupilas como espejos.
A tientas
busco hablarte y te descubro.
Enmudece tu boca bañada
en el sudor de nuestro mundo.
Luna, excusa, culpa, disculpa,
euforia, llamada, discordia, mirada.
En la distancia aún
nuestros ojos se llaman.
Ante el tiempo, en el recuerdo,
los suspiros se nos escapan.
Entre los otros, la necesidad nos atrapa.
A pesar de todo, una brisa nos arrastra.
Soñándonos, esperándonos,
la tristeza nos deshoja.
Sé tú, el fugaz, el mortal,
el habitante de mi sombra.

martes, 9 de marzo de 2010

Nostalgia de materia

¿Las oyes cómo piden realidades...

¿Las oyes cómo piden realidades,
ellas, desmelenadas, fieras,
ellas, las sombras que los dos forjamos
en este inmenso lecho de distancias?
Cansadas ya de infinitud, de tiempo
sin medida, de anónimo, heridas
por una gran nostalgia de materia,
piden límites, días, nombres.
No pueden
vivir así ya más; están al borde
del morir de las sombras que es la nada.
Acude, ven conmigo.
Tiende tus manos, tiéndeles tu cuerpo.
Los dos les buscaremos
un color, una fecha, un pecho, un sol.
Que descansen en ti, se tú su carne.
¡Se calmará su enorme ansia errante,
mientras las estrechamos
ávidamente entre los cuerpos nuestros
donde encuentran su pasto y su reposo.
Adormirán al fin en nuestro sueño
abrazado, abrazadas. Y así luego,
al separarnos, al nutrirnos sólo
de sombras, entre lejos,
ellas
tendrán recuerdos ya, tendrán pasado
de carne y hueso,
el tiempo que vivieron en nosotros.
Y su afanoso sueño
de sombras, otra vez, será el retorno
a esta corporeidad mortal y rosa
donde el amor inventa su infinito.

Pedro Salinas

A veces sólo nos quedan las sombras. A veces vivimos de las sombras, ellas nos dan el alimento, ellas calman nuestros pensamientos vacilantes, nuestras esperanzas, nuestra sed, nuestra tristeza. Cuando algo sucede, siempre queda su sombra, su recuerdo. Si deseamos algo mucho, con todas nuestras fuerzas, aunque esté próxima su muerte, aunque su consumación sea su desaparición, mejor que suceda. Mejor su sombra que la nada, mejor su anhelo que su inexistencia. El mundo puede estar en el segundo entre la espera y la memoria de su realización. Mejor la "nostalgia de la materia" que la realidad de ilusiones que son aire, que son vacío. Sombras, quiero sombras, quiero que tus sombras y las mías se tiendan las manos, los cuerpos y acaben con este "inmenso lecho de distancias" desde el que nos anhelamos.

domingo, 7 de marzo de 2010

Grito

Los vacíos y solitarios espacios
de tiempo, lugar y forma
reclaman unos labios
que hablen de lo dulce de todas las bocas.
El mundo triste
reclama el grito de los que viven.
Vivos, muertos,
ya no importa
porque nadie nada dice.
Nadie sabe qué siente:
¿contentos, felices?
El mundo inteligente
a menudo se desdice.
Ya nadie canta,
ya nadie ríe;
apenas ven algo fuera,
apenas sienten que alguien les sigue.
Callan, asienten, ni dudan ni sonríen.
Cielos caídos,
horizontes aplastados y bellezas apagadas.

Hombres que apenas hablan
y con frecuencia maldicen.

Beso olvidado

No me entregues tu sed de lluvia:
esa sed que cualquier agua calmaría,
por muy sucia o muy fría.
Tráeme tu tránsito,
tráeme ese camino incesante
que recorres a diario.
No me entregues la desidia,
insatisfecha alma anhelante.
Calma tu sed
en el manantial de nuestro instante.
Fue como tormento, fue como canto,
como melancólica timidez.
Nuestro abrazo fue
un abrazo desnudado de toda piel.
Dame el vacío de tu corazón solitario,
alimento de la tristeza
del mundo cansado.
Candidez que añoro
siempre de tus manos.
Dame tu mundo de palabras inhibidas,
de besos contenidos
y te quieros detenidos.
Eres sol en la niebla,
eres luz en la tiniebla,
suave caricia en la amarga espera;
mundo de sombra sobre mí se ciñe
cuando siento que te alejas.
Mi carne deja de ser carne
y se vuelve simple ser volante.
Mi risa ya no viene del mundo de la alegría
sino del incierto drama interrogante.
Triste recuerdo,
olvido suplicante.
Dejó mi boca su beso olvidado
allá, lejos, en ti,
prendido de tus labios.

martes, 2 de marzo de 2010

Larra, entre la libertad y la condena

Cuando me he asomado a tus palabras, a tus textos, a tus artículos, he sufrido contigo, he sentido tu inadaptación, tu falta de sitio, tu desánimo y tu energía. Tienes ese inconformismo que sólo se atreven a denunciar aquellos a quienes la sociedad les duele, aquellos que se sienten comprometidos, ligados a ese lugar en que están de paso. Porque esas personas no se sienten de paso, sino que se sienten integrados en el mundo, sienten que ellos son el mundo, que pueden y deben sentirlo como sienten su cuerpo o su mente.
Cuando te he leído he visto en ti ese sueño de eternidad, esa ilusión de trascendencia; he compartido contigo la esperanza del olvido del tiempo, del olvido del ahora.
Alabo tu sacrificio, el sacrificio de tus propios pensamientos, tiempo y espacio para entregarlos a una causa que considerabas justa. Entregaste tu vida a la denuncia, a los intentos de mejorar el tiempo, la política, la cultura; tu espíritu era enérgico, siempre atrevido a levantar la voz, siempre atrevido a burlar al poder y nunca entregado a ningún dios.
Quizás pueda sorprender saber que nunca estuviste mal pagado, que tuviste cierta fama en la época y que, a pesar de eso, siempre sentiste vacío, pena, soledad e incomprensión. Tus carencias eran del alma: carencias de un amigo a quien contar todo, carencias de una sociedad abierta a tus ideas, un gobierno justo dispuesto a atender a sus ciudadanos. Tu lugar estaba más allá de esta realidad; aspiraste, en tu sueño romántico a conquistar las Grandes Ideas, aspiraste a la realización de propósitos demasiado complejos. Tal vez haya quien te acuse de egoísta, defensor de una moral objetiva (la tuya propia); podrás ser tachado de prepotente y engreído, de caprichoso o soñador; pero yo más bien te considero un espíritu atormentado que creyó firmemente en algo y luchó por ello hasta el hastío, hasta la desilusión más absoluta, hasta la ruptura de los sueños. Cuando un hombre pierde sus sueños, lo ha perdido todo. Cuando un hombre sueña demasiado, como a ti te pasó, comienza una pendiente resbaladiza de la que es difícil regresar. Eso te pasó a ti, pobrecito hablador, que tanto quisiste delimitar con palabras, que tanto quisiste reducir a la imposible explicación lógica. Un sueño te dio vida, y ese mismo sueño te la quitó.
Un pensamiento constante en ti fue: “No me escuchan, no me quieren, no me entienden, ¿dónde está mi público?”. Grave error es el de quien cree que existe un bien común. Condenado está aquél que se atreve a pensar en una comunidad. El ser humano es subjetivo, es individuo que piensa en su propio beneficio. Ya dudaste que existiera el público, y ese debiera haber sido el camino para librarte del fatal destino que te absorbió. Pero, pronto, abandonaste ese camino, renegaste para siempre a la frustración, negaste a tu espíritu la afirmación constante de realidad, te negaste a aceptar el absurdo como lo natural, no quisiste renunciar a un sueño, y lo perseguiste hasta sus últimas consecuencias.
Fuiste hombre reclamando palabras: conmovedora escena de un alma que apuesta por un propósito tan simplemente humano: el raciocinio de los seres pensantes. Un alma reclamando que no le tapasen la boca, que le dejaran hablar, que le permitieran velar por el bien de su sociedad. Complejidad de hombre que no se conforma con la existencia, capaz de sacrificarse defendiendo las expresión de las impresiones por el verbo, inacabado siempre.
Renegando de toda ideología, espíritu libre que nació para morir de libertad, caído en la trampa del logos, atrapado en la telaraña del pensamiento. Las palabras te esclavizaron. Las palabras, esa aspiración imparable de abstracción, esa ilusión tuya, ese presentimiento de que tal vez algún día.

Fueron sus palabras, las que tanto lo liberaron y tanto lo esclavizaron. Alma de sueño que nació para volar un día. Romántico entregado a sus Ideas, romántico que luchó y murió por ellas.
Decía Vicente Aleixandre:
“Y son los hombres los que traducen luego con su signo o palabras la respuesta a la vida. La palabra responde, por el mundo. Pero, a veces, muchas más veces, la palabra limita con el hombre, es el hombre”.
Larra comió del fruto del árbol envenenado. Comió de ese árbol de la ciencia que describía Pío Baroja. Larra fue el hombre atrapado por su destino de fugacidad. El hombre, como decía Blas de Otero es “un ángel con grandes alas de cadenas”. Algo dentro de él aspira a luna, pero unas cadenas lo ligan a la tierra.
Tal vez ya en su etapa final, en esa conversación con el ficticio criado, Larra comienza a darse cuenta de que está equivocándose, de que aspira a imposibles, pero poco después de este artículo se suicidó. Porque se negaba a la frustración. Su espíritu estaba ya condenado a ser esencia y trascender.
Por esto podemos hoy leer a Larra y sentirle tan actual: porque penetró hasta esos lugares comunes a todo ser humano, esas características propias de todo hombre. Larra seguirá muchos siglo más volando sobre esos seres, inundando esas mentes que transitan este mundo, y encontrará siempre corazones en los que calar, encontrará siempre gentes sedientas de sus palabras, que se encontrarán en la soledad de sus condenas.

Compartiendo azúcar


A veces todo es mucho más sencillo de lo que parece. A veces, la mayor parte de las veces, nos pasamos el tiempo quejándonos, lamentando todo lo que nos falta, lo que echamos de menos o lo que nos gustaría tener. Pero las cosas pequeñas nos pueden llegar a hacer muy felices si las sabemos valorar. Lo que está un día tras otro. Los segundos, minutos, horas, días!! que pasamos con una misma persona consiguiendo (sin ningún esfuerzo) no discutir nos pueden dar una pequeña señal de lo encantadora e inexplicable que es la vida. Cosas tan simples como atiborrar a alguien a bizcocho, compartir el azúcar del café (echándose una la mitad y otra 1 + la otra mitad) o las maxi-palmeras blancas del desayuno, saber con qué cara se levanta y llega a clase, saber qué piensa tras un examen, qué hace antes de irse a domir, saber qué opina de la vida, de la amistad, del amor, a qué velocidad come, cuáles son sus colores favoritos, convencerla continuamente y hacerla creer que hay máquinas de recargar móviles donde jamás existieron, convencerla de tus propios sueños y hasta persuadirla de que pase por el barro! Hacer peyas juntas o inventar lemas como: "Nosotros testigos, nosotros decidimos". Que te escuche todas las divagaciones filosóficas, o las alusiones continuas a poetas y a escritores pasados de moda (efímeros pero imperecederos)... Asentir a la vez mientras escuchas a un profesor, y darte cuenta de que sois las dos únicas personas de clase que asienten!!! Eso une mucho. Unen las pequeñas cosas, porque son muy grandes. Sólo hacen falta espíritus dispuestos a vivir de presentes, a disfrutar el momento, a percibir, a sentir, a valorar, a reir... y los buenos sentimientos aflorarán, porque están dispuestos a nacer allí donde encuentren un poco de terreno fértil. Porque todo aspira a paz.