jueves, 25 de abril de 2013

Tan a nuestro pesar





Él se giró y, sin previo aviso, le tendió la mano, dispuesto a salvarla, otra vez quizás, aunque ¿sería esta vez la definitiva? ¿sería esta vez la que se había decidido a salvarla para siempre o, sería nuevamente, una salvación temporal, de esas que después te dejan en un vacío cuyo fondo jamás llegarás a adivinar?


Fuese como fuese, aquella vez la rechazó. Había comprendido, al fin, que las manos tendidas sirven en el instante en que se ofrecen y que, después de eso, viene su simple y sola presencia. Y no sólo es tender una mano, es entregarla, es estar, permanecer inquebrantable a las eventualidades que pueden surgir, porque el mundo, como el hombre, es impredecible. El miedo nos abate ante lo que desconocemos, ante lo que jamás podremos afirmar con certeza pero, si tenemos una mano que esté siempre, en la que poder apoyarnos, confiar, a la que poder hablar, susurrar, mimar, criticar, besar… el mundo, con todos sus miedos y fantasmas, se hace un lugar mucho más habitable. 

(...)

Y aún puede pasear, muchísimos años después, por la playa, recordando en su buscada  soledad una caricia, un beso o un comentario que le abra la sonrisa, y decir que sí, que amó, que se sintió amada, que se siente privilegiada porque eso es algo que muchos desconocen, a pesar del tiempo, de las costumbres, de las conveniencias… Porque amar está más allá, es ese sentimiento inexplicable que te desconcierta la mente, el cuerpo y hasta el alma, porque hay parejas que no se aman y amantes que no se emparejan. 


Y años después busca la soledad para regocijo de sus imaginaciones, para delirio de sus deleites y placer de sus misterios, para abrir paso a la imaginativa ilusión de los silencios, al miedo, ansia y deseos ocultos de sus silentes ojos que arden bajo el consuelo de su todavía amor. Alma, que se quedó a vivir un día entre sus rechazos, sentada en el porche de la casa de las promesas, aguardando a aquel amante ciego, sordo cobarde y casi mudo que la dijo que no un día, retando así ambos a todo aquel  orgullo vanidoso y privado de dicha, que tan pronto los separaba como los unía. 


Un sinfín de intentos por ser lo que deberías, o él lo que tu querrías, un desacertado juego de manías y obsesiones donde cada uno quiere desempeñar un papel que no es el suyo, que no le corresponde y que le hace casi llegar incluso a olvidar quién era, quién es, de qué y por qué se había enamorado. 


Un juego de acertijos que no tienen respuesta, porque ya se preguntaba el Poeta “¿para que besar tus labios si se sabe que la muerte está cerca, si se sabe que amar es sólo olvidar la vida para abrirla a los radiantes límites de un cuerpo?".

Y aún habiendo renunciado, mi cuerpo incluso más que mi alma, necesita a veces un poco de poesía, de la poesía de aquel amor inventado, desconocido, miedoso y cobarde que nos robó por un tiempo la conciencia y el sentido. Un amor mutuo, del que no dudaría un solo instante; a pesar de los noes, las negaciones, los temores y el paso del tiempo sin querer saber nada el uno del otro. Mutuo, a pesar de las caídas, los reproches y los comentarios que me rondaban la mente, mutuo a pesar de las innumerables dudas y preguntas sobre por qué nunca me habías querido. Mutuo, verdadero y para siempre, tan a nuestro pesar. 

Soledad independiente, independizada de amores y preguntas, de cuestiones y misterios... Soledad en que a veces existo y a veces recuerdo... Soledad, al fin, en la que evito y creo mi destino.


Creación Propia