lunes, 12 de marzo de 2012

¿Qué reloj nos medirá los pulsos?


No me importa cuánto dure, mientras posea un momento la intensidad de esa mirada desnudándome despacio. Ni tampoco me importa que acabe en un mes, o tal vez mañana, o incluso que hoy nos atrevamos a agotarlo todo.

No me importa el tiempo cuando se trata de pasarlo contigo.

Porque nuestro tiempo no quiero que lo midan los relojes, o, al menos, no los relojes comunes, no esos que te mandan a dormir cuando aún tienes ganas de seguir vivo un poco más, ni esos que te asustan con consejos de que no te arriesgues cuando no sabes qué pasará.
Ni tampoco quiero que nos midan esos relojes que todo lo encuentran demasiado pronto, y que al final siempre llegan demasiado tarde. Esos, que al tiempo le llaman experiencia y a las desgracias enseñanza. Esos no los quiero contigo.

Contigo, sólo, esos que desmenucen los minutos ardiendo deshechos, mezclándose en el azúcar de tus labios, lanzando las agujas al suelo, mientras yo tengo tu corazón latiendo en mi pecho. Esos relojes me sirven, esos que se paran por cortesía cuando sienten que son una tu boca y la mía, esos que a las horas les llaman presente, pasado, Historia, esos que creen en el alma, en la misma que vive hoy, que vivió ayer y que vivirá mañana.

Los que creen en lo imperturbable, en lo real, en lo inmutable, en una Verdad.

Cuando ya siento que me ha fracasado el propósito del futuro, desgastar el instante me basta para sentirme viva, para palpitar sumergida en el único latido del Universo desmedido. Cuando me siento tan desalmada, no me importa gastar lo que me queda contigo.


Sentir esa mirada, la de esos ojos que me miran atentos mientras subo la escalera, o mientras preparo un café. Sentir esa mirada susurrándome lento lo mucho que ansía tenerme entera, un día, un instante, un minuto, eso me basta.

Me basta, contigo.

Y esas palabras que buscan caminos para llamar mi atención, esos propósitos de mejorar para nadie, o tal vez para alguien, y ansiar que ese alguien pueda ser yo. Esa verdad oculta, esa ilusión, esas ganas de empezar de nuevo, de concedernos una oportunidad de, por fin, habitar un espacio de dos, hablando a dos, sintiendo a dos, volando a dos, compartiendo, amando, verdaderamente, existiendo.

Me despiertas, retador, todos los sentidos del ensueño. Porque, cada vez que te miro de soslayo, te pillo mirando, porque me asomo de continuo al resquicio de tu cuarto, porque te me apareces cada noche como sutil susurro, como débil corriente de agua que me va calando, como la palabra que me enciende, que me invade, que me colma. Eres mi actual objetivo, mi temblor más deseado, y quiero ser la diana de todos tus dardos.

¿Qué reloj nos medirá los pulsos, acelerados mientras buscan cobijo entre los pensamientos del contrario, o pausados lentos, exhaustos, impenitentes arriesgados que sin permiso ni licencia se arrojaron?

¿Cuál será el reloj que nos marque los pulsos, los ahoras, los después, las estrofas, los cuentos, los cuándo, los por qués, las rimas...cuál, cuál será el pentagrama en que cabalgarán nuestros versos, en el que danzarán nuestros pies?

¿Cuál reloj se cansará de esperarnos: el tuyo, el mío, o será el de ambos? ¿Cuál nos lanzará sin paracaídas a un destino tan incierto, tan sutil, tan frágil, tan nuestro?


Creación propia

martes, 6 de marzo de 2012

Desgastamos tanto...

6/3/2012
Desgastamos tanto…

Desgastaste tantos rencores escondido con la luna,
paseando a ciegas por los senderos del amor intermitente…
Evadiendo mis recuerdos en sucedáneos salivares
que encendían tus desvelos,
en barras ebrias de desengaños y decepciones,
intentando conjugar con licores los verbos de mi ausencia,
acallar el pálpito de tus entrañas con susurros apagados
de bocas que sentías muertas.
Desgastaste tantas horas gritando que me odiabas
que aprendiste a cerrar los oídos a la tu lógica.
Desgastaste tanto en intentar odiarme
que ahora sólo siento que me quieres
incluso más que antes.

Desgasté tantas noches pensándote en la almohada…
Desgasté tantas fuerzas en rememorar tus palabras
para intentar en vano odiarte,
encontrando siempre la mejor excusa que te salvara…
Desgasté mis argumentos en tus luchas,
en ese intento tuyo de emerger desde dentro,
desde bien dentro,
desde esa parte de corazón donde
no llegan las razones;
esa a la que sólo llegan las miradas,
los besos y, a lo sumo, las caricias.
Desgasté noches, días y motivos.
Pero, sin embargo, hoy pienso
que en realidad no desgasté nada,
pues emprendí el camino para enseñarte
cómo quiero que me ames.
Porque de esas luchas con el vacío,
de esas cavilaciones en la oscuridad del pensamiento,
en mitad de ese camino recorrido lejos de ti
encontré el valor para enfrentarte,
para reivindicarte.
Saqué mis fuerzas y decidí que nos amaríamos para siempre,
sin esa puerta abierta que solíamos dejar por si las cosas fallaban,
sin ninguna tregua al abandono, al miedo.
Decidí desgastar todos mis besos en tus labios
y tus deseos en mis brazos.
Hoy, me sobra valor para enfrentarte.
Hoy, sí, no sé si todavía mañana.

Desgastamos en vicios
todo lo que ahorramos en verdades.
Desgastamos tanto
que ahora no queremos ahorrar nada.