¿Y qué esperas del Mundo? me dicen muchos. Espero todo, que puede ser lo mismo que no esperar nada. Espero lo que sea capaz de darme, o lo que sea capaz de robarle. Sutil habitante de un espacio incierto, que sueña sólo con mantener siempre viva esta sed que es su alimento.
viernes, 22 de mayo de 2020
Algo se enciende
viernes, 15 de mayo de 2020
Déjame conciencia
Déjame dormir esta noche
asida a su abrazo
perpetuo,
que se lanza
y no prescribe ni caduca
por mucho que le diga que no.
Déjame dormir esta noche,
aunque el beso se me atragante
en la garganta
mientras lo contengo victoriosa,
aun a riesgo de morir
ahogada en mi propia negación.
Déjame dormir haciendo que duermo,
o que vivo mientras sueño,
aunque desfallezca de ganas cuando despierte
imaginando su presencia a mi lado:
el compás de un latido apasionado
que me colma, extasía y, a la vez,
que me duele como mil arañazos.
Déjame morir en el deseo,
en ese punto donde la vida y la muerte
confluyen,
siendo dos caras de lo mismo:
lucha cuerpo a cuerpo
y, lo demás, al azar de un Destino.
Déjame soñar
que lo moral no era indecente.
Déjame dormir esta noche, conciencia,
tentando a mi suerte,
libre y decente
porque los sueños
se quedaron en la mente.
Patricia Gómez Sánchez (2015, rescatando cosillas)
Imagen: elpaís.com
lunes, 11 de mayo de 2020
Instantes
Son las cinco menos cuarto de la mañana y en la
planta baja de casa han empezado a sonar ruidos.
Me pongo la bata y bajo la escalera para
averiguar qué está sucediendo, aunque casi puedo intuir que será mi abuelo, que
se ha despertado también esta noche. Normalmente,
duerme desde que el sol se esconde hasta que aparece, o incluso menos, como
hoy, probablemente. Porque dice que "a
él no le gusta andar de noche, quiere recibir al día completamente despierto.
Sin pereza".
No son muchas horas de sueño, sobre todo en
verano claro, pero él dice que es mayor y que "los viejos ya no necesitamos dormir porque no desgastamos,
hermosa".
Cómo me gusta cuando dice "hermosa", qué educado es, qué
palabras tan tiernas y sabias tiene siempre, a pesar de todo: de la demencia,
que empieza a hacerle estragos y a veces le estropea el genio; de que no acaba
de entender por qué estamos encerrados; de tantos cambios... A pesar de tanto
como ocurre a su alrededor, él sabe todavía mantener la calma, la paciencia.
Protesta un poco, sí, pero acaba escuchando y
queriendo comprendernos. O haciendo que nos comprende para que nos quedemos más
tranquilas.
También dice que los viejos no tienen nunca
calor porque se van enfriando y "se
nota que la sangre circula más lenta", aclara.
Compara la vida con una llama que se va
apagando.
A lo mejor eso le ha pasado hoy, que se ha
desvelado porque tiene frío.
Ahora vive con nosotras, con mi madre, con mi
hermana y conmigo, de forma provisional mientras dure el estado de alarma. O
incluso más, porque queremos que siga aquí hasta que no exista ningún riesgo
para él.
Termino de bajar la escalera, cruzo el pasillo
y, efectivamente, compruebo que los ruidos que sonaban los hacía mi abuelo.
Porque, aunque él diga que se va enfriando, yo
pienso que sigue siendo el mismo hombre activo, inquieto y enérgico que no iba
a una fiesta sin terminar cantando "Mi carro me lo robaron".
A mí me parece que, lejos de estarse apagando,
miles de llamas flamean en su interior. Para tener 92 años, mi abuelo, Don
José, es un ejemplo de entusiasmo y modernidad, entre muchas otras cosas.
Aquí está en el hall, sentado en la silla que
hay junto a la puerta que da a la calle, con la cara desencajada y unos ojos
que denotan preocupación. Me mira y me dice que cree que ha perdido las llaves
de casa y necesita salir para tomar el almuerzo con su hermano.
Yo le intento ubicar, haciéndole entender, sin
decírselo directamente, que su hermano no está:
-Abuelo, -le digo- piensa bien, a ver, ¿dónde
está tu hermano?
-Ahh, claro, él murió hace muchos años, "el pobrecillo". Qué pena, con lo
bueno que era.
-¿Y tu tía?- pregunta refiriéndose a mi abuela.
Lo miro con una cara que ya ha visto antes
varias veces, que reconoce y sabe interpretar e, inmediatamente, recuerda, o
deduce, que ella también nos abandonó hace tiempo.
Se hace un silencio, se queda serio y camina
hasta el cuartito.
Ya no busca las llaves. Se sienta en el sofá y
yo en el sillón de enfrente.
¿Cuántas veces tendrá que vivir todavía ese
corazón, como si fueran nuevas, las muertes de sus seres queridos?
Nos quedamos largo rato en silencio, un silencio
cómodo, en el que nos acompañamos mutuamente por encima de los años, más allá
de las vivencias que nos separan, de las imprecisiones de su demencia y de mi
indeterminada juventud, de sus despropósitos y mis torpezas; juntos, más allá
del tiempo y del espacio.
Nos encontramos en muchos puntos: en las personas que tenemos y tuvimos en
común: su esposa, mi abuela; sus hijos, mi madre y mis tíos; sus bisniestos,
mis niños del alma, en lo que nos admiramos, en ese algo inmenso que hace que
nos queramos tanto.
De vez en cuando, le miro de reojo y veo que a
ratos se queda dormido. Otras veces pasa varios minutos mirando al reloj. No sé
muy bien qué estará pensando, pero creo que pronto empezará la ronda de
preguntas sobre las llaves, garrote, familia...
Mientras lo observo, pienso en lo menudito que
se ve ahí en el sofá, tan vulnerable, expuesto, tan aparentemente frágil... Y,
a la vez, con un corazón tan acostumbrado a vivir, a los golpes, al dolor, a la
alegría, a las sorpresas, a guerras, enfrentamientos, avances, novedades...
Capaz de adaptarse a todo, objetivo, imparcial, justo… Tan necesario para mí...
Tan grande...
Esa capacidad de llorar, volver a llorar y
reponerse, en silencio, con calma, superando lo que venga; con tantas ganas de
quedarse para seguir con sus rutinas, dando al tiempo la importancia que
merece, mirando su reloj y viendo pasar los segundos, minutos, años...
(Un reloj que no estará nunca muy gastado porque
mi abuelo estrena relojes con mucha frecuencia, cada vez que estropea aquél al
que intentó dar cuerda cuando su mente volvió al pasado).
Lo veo ahí tumbado y los ojos se me ponen
vidriosos mientras intento contener el nudo que se me forma en la garganta.
Cuando están a punto de delatarme las lágrimas,
suena el reloj de la iglesia. Dan los seis tonos y comienzan las preguntas:
-Oye Patri, son las seis, ¿tú sabes dónde tengo
las llaves de mi casa? ¿Y el garrote? Anda, ayúdame a buscarlo y te invito a
desayunar donde Paco.
Yo empiezo de nuevo con mi turno de respuestas,
hasta que paro y le propongo:
-Oye abuelo, ¿quieres bailar un pasodoble
conmigo?
Él sonríe muy contento, dice que sí con la
cabeza y me pregunta: -¿Qué son, fiestas ahora?
Yo le respondo: -Podría ser abuelo. Puede ser
fiesta cuando nosotros queramos.
Y ahí nos quedamos, bailando un pasodoble, a
nuestro ritmo, mientras los demás duermen y el reloj de la iglesia nos acompaña
dando las seis.
martes, 5 de mayo de 2020
Yo no puedo salvar el mundo con un poema
Yo no quiero salvar tu mundo
con un poema.
Ojalá pudiera.
Ni siquiera salvo el mío
con tanto que escribo.
Yo quiero
poner puntos y comas a mis ideas
que, a veces, serán un poco tuyas,
(tan en lo racional como en lo revueltas);
porque estamos predestinados a coincidir:
humanos, hermanos,
entre los instintos primarios
sobre vivir y morir.
Quiero que cuando los precipicios
vengan a buscarte
encuentres armas para poder alejarte.
Que cuando quieras rendirte
oigas de fondo una voz que te recuerde
por qué lo elegiste.
Que te observes,
te pierdas, pero te encuentres.
Que puedas dar la espalda
a un amante que no te quería,
que sólo te utilizaba
para llenar sus horas vacías.
Que te des cuenta
que el mundo no se reduce
a esas voces que suenan
anónimas y perdidas.
Yo no quiero salvar el mundo
con poesía
porque, aunque quisiera, no podría.
Yo quiero daros palabras
con que expresar la pena o la alegría,
entre muchos otros sentimientos,
como la desidia, el temor, la abulia o la apatía.
La poesía no nos salva
pero bien podremos,
cuando sea necesario,
entregarnos
a sus redentoras palabras.
Yo quiero contar una historia
que jamás será nueva.
Porque eso es la Historia:
un círculo, un hombre que da vueltas
y otros tantos que lo interpretan.
La poesía, la escritura…
como espejos
de una sociedad que perdura.
Que necesitamos,
desde la cueva a la piedra,
y de la piedra a la pantalla;
en esa conexión directa
entre los pueblos y sus almas.
Poesía:
para aprender a comprender
la rotación de un pueblo
en artificial armonía,
entre la perfección de sus ideas
y su distorsionada sintonía.
Lo que somos y seremos:
el hombre de Platón,
asomándose desde la Caverna,
los Emperadores y Reyes
queriendo conquistar todas las tierras.
Emperatrices, esclavas y reinas…
Fuimos los griegos
intentando explicar
dónde termina el planeta
y somos Miguel Ángel
dando forma a sus piedras.
Somos y seremos
habitantes de todos los tiempos,
aunque para darnos cuenta
haya que salir de ellos.
Somos la contradicción implícita
en cada giro de la Tierra:
pensamiento, realidad y lírica
persiguiendo al tiempo
en vueltas perpetuas.
Yo no puedo salvar el mundo
con un poema,
pero quiero encontrarme
con todos
en cada letra.
Quiero sentir
que algo más que sangre
corre por mis venas.
Yo quiero escribir
para que sean más leves las cadenas.
Patricia Gómez Sánchez
(30/4/2020).