viernes, 22 de abril de 2011

22 de abril de 2011
A veces

A veces creo que no entiendo la vida.
A veces, demasiado a menudo, afirmo que no entiendo este mundo.
Muchas veces me vengo abajo y me abrumo.

Me achanto ante la vida, ante la competencia, ante la voracidad de los que queremos llevarnos todo por delante, los que no sabemos qué buscamos, ignorando incluso dónde nos encontramos.

Yo sabía que te quería, sabía que era algo mágico, especial, esperado, anhelado… Contigo creí en la ilusión.

Ahora ya no sé si creer.

Eres el destinatario anónimo de cada uno de mis escritos. Eres el ser que guarda mis caricias más sinceras, más despiertas, más desinhibidas y más verdaderas.

A veces siento que la sinceridad no reina en este mundo, que hay que esperar a no sé qué para encontrarla.

A veces quiero creer que entre tus brazos me sentí yo misma.

A veces imagino que los momentos más auténticos los viví contigo.

A veces creo que fuiste verdad. Pero, en cambio, muchas otras veces, me replanteo si debería mirarte con el escepticismo con que miro todo lo demás.

Quiero negarme, pero la evidencia se impone.

Creía que el amor escondía la única verdad que nos quedaba, pero también el amor se agota con las leyes de la razón. Lo que nace espontáneo, sin más, acaba cediendo ante lo que nuestros miedos imponen.

Como gotas de agua te me vas derramando entre las manos. Voy perdiendo el oasis que suponían tus labios .

Como agua vas fluyendo despacio, vas cayendo al suelo de mis sueños rotos, al abismo de todo lo que añoro. Eres otro ser más. Como yo. Todas marionetas de nuestra propia canción.

Yo quería creer que los sentimientos desnudos siempre ganan. Quería ignorar que esto no se gana con ingenuidad. Quería seguir con la inocencia intacta hasta imponer una Verdad en la que creía.

Quería creer; quería ignorar.

Esta vida me es extraña. A veces me siento fuera de mi propia piel, flotando entre esto que siento y aquello que interpreto.

A veces me siento en un espacio vacío, en contacto entre la carne y el infinito.

A veces querría volar, poder encontrar cobijo en unas manos que nunca fallan, en palabras que siempre estén ahí; encontrarme en unos ojos que se me abran como espejos, mirarme en un rostro que sea amigo sincero.

Llorar con alguien que llore mis motivos, sufrir con alguien que sufra mis causas, reír con quien ría mis gracias, volar con quien comprenda mis alas.

La incomprensión del mundo me anima y achanta. Ánimo por descubrir qué esconde tras su manto, desánimo cuando me enredo entre mis propios trazos.

Bocetos de una vida que se antoja caprichosa; destino confinado a las leyes del mercado: leyes ajenas, extrañas; leyes inhumanas, inventadas para manipular a los hombres, para borrarles su naturaleza innata.

No sé a quien reclamar, no sé a quién decir que me devuelva algo que siento robado, no sé quién es el artífice de este entramado de alimañas. Hay algo que nos mata, algo que nos atrapa. Esta vida, señores, es una tela de araña.

A veces, demasiado a menudo, me siento engañada.

Creación propia