viernes, 25 de noviembre de 2022

El amor no merece la pena


El amor valía la pena. Nuestro amor, así, la merecía.
Todos los llantos, mentiras,
discusiones, ausencias,
enfrentamientos, y muchos etcétera;
cuando llegaban los abrazos,
las caricias,
el amor apasionado,
todo
se olvidaba, se diluía.
Cuando pensaba
que nadie me quería,
él me deseaba, me veía,
buscaba mis sueños,
presentía mis manías...
Cuando nadie se giraba
a mi presencia
él me proclamaba Reina.
Fue cuando quise salir
cuando escuché las cadenas:
"No existen las amigas,
no visites a tu abuela.
No te inscribas a ese curso,
quédate conmigo,
no te alejes, espera...
No seas celosa,
es tu imaginación,
no te obsesiones,
pareces una loca.
No trabajes, no estudies,
no veas a tu familia,
no hables así a la gente;
si no lo entiendes,
quédate calladita.
Tu madre no te quiere,
ya tiene a su favorita,
tus compañeras
ya no te llaman
todo el mundo te envidia
aunque
todo el mundo te ignora.
Dónde vas tan maquillada,
te regalo esta ropa.
Vamos a tener un hijo,
el fruto de nuestro amor,
todo tuyo y mío,
sólo para los dos.
No me dejes,
simplemente
subí un poco el tono,
estoy cansado,
mañana hablamos.
Vuelve a ser quien eras,
sé mi princesa.
Yo soy el mismo,
nada ha cambiado.
Yo era tuyo,
tú fuiste mía,
aunque ahora no estés,
existimos
y estuvimos enamorados".
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Que el amor no merezca la pena,
que merezca la alegría.
Patricia Gómez Sánchez
25 noviembre de 2022

No acostumbrarse


No acostumbrarse a la verdad,
ni a la mentira,
ni a la cicatriz,
al tiempo, la prisa,
la espera, o la huida…
Al amor cotidiano
sin sangre a flor de piel,
sin lucha,
ni pétalos
que lanzar al capricho del viento...
Esquivo e inquieto,
que te mira
pero no se ve.
No acostumbrarse
a las palabras inciertas,
a los caprichos mundanos
que, sobre un espectro
de abstinencias autoimpuestas,
poco a poco,
nos van desdibujando.
A la mirada expectante
esperando la niebla,
al alma que vacila,
repleto de preguntas
para evitar respuestas;
a la risa tras la almohada,
a los bailes noctámbulos
con sirenas que nos tientan.
Al temblor ingrávido
ante lo que parecía
otra batalla perdida,
pero que ganaste
porque te devolvió la vida.
No acostumbrarse
al arrullo del viento,
al sonido sordo
ensordecedor
silencioso
de su voz sobre tu pecho.  
No acostumbrarse
al pálpito, a la sed, al hambre,
al miedo, a la risa,
a la duda, la certidumbre,
al dolor, ni a la alegría...
No acostumbrarse
para hacer todo nuevo:
estrenar el mundo,
los colores, los árboles,
la ignorante inocencia perdida;
la lluvia, la noche,
la ternura, el sosiego,
la calma, la armonía...
Perdernos
en madrugadas imprecisas
para nuevamente encontrarnos
con la brújula de la noche
apuntando al día.
Patricia Gómez Sánchez
21 de noviembre de 2022