Tu horizonte
se me pierde, a veces, entre desvaríos de Nada, entre suspiros que lanzo al
horizonte lejano de una ausencia que jamás quiso habitar entre mis mundos
perdidos. Ausencia que jamás quiso habitar en mi presencia. Ausencia, que ya conjuro al entierro para
siempre y por entera.
Tu horizonte
se me pierde a veces, y lucho por recuperarlo, porque me ha hecho abrir la
mirada y respirar nuevamente ilusionada.
Tu horizonte
se me pierde cada vez que te busco y no te encuentro, o te llamo y no acudes
inmediato a enjugar esas lágrimas que no derramo, ni me permití derramar un día
para quizás poder vivir entera.
Me das tanto
en cada beso que podría recorrer todo y volver a empezar de nuevo. Tierno, más
tierno que la nieve que toco y se me derrite entre los dedos.
Viniste
lento y te quedas aún más despacio. Permaneces. Estás. Con la mirada silente y
las manos llenas de esperas, pudores que se olvidan de su propio nombre cuando nos
sentimos tan cerca. Tan lenta. Tan verdadera.
Vaho de
hastío y de desvarío.
Vaho: la
suma de tus silencios más los míos.
Me vas
ganando lento y, sin embargo, me calas y acaparas casi más que mis propios
miedos. Me acaparas, tanto a mi yo terrenal
como a la etérea, a tragos desbordados que me abstraen la conciencia. Me apagas
la luz de lo perdido y me abres, en cambio, las puertas de tu mundo, tan pasado
como futuro. Y parece que te conozco desde antes, como si ya nos hubiésemos
visto hace mucho.
Y quisiera
navegar tu camino, o que tú navegases el mío.
Navegar
ambos el absurdo, de vivir sin más, y parecer que hasta tiene sentido.
Qué pena
habernos conocido tan tarde. Qué error tal vez tan tarde habernos conocido. Qué
pena no habernos encontrado antes: antes de la desdicha, de la tristeza, antes
de los llantos escondidos, de las buscadas ausencias, de los pasos y las bocas
a la defensiva. Qué lástima que andes tan cerca y yo a veces tan perdida.
Qué pena que
sea tarde, qué pena que aún por las noches venga a inundarme la vida. Qué pena
no poder dedicarte aquellas sonrisas: las que me hacían guapa, sincera, las que
me hacían valiente y hasta altiva.
Vacíos de
Nada que me inundan, que me acuden y me llevan y me invocan y me dañan. Vacíos
que conjuro a morirse envueltos en su propia Nada.
…
Pero, no obstante,
lo “tarde” vuelve a ser relativo. Y vuelven los verbos a conjugarse en
subjuntivo. Subjuntivo: “Ojala”, “Quisiera que”, “temo que”, “por favor no te vayas”. Imperativos: “Quédate”,
“dime”, o “llévame”, entre muchos etcéteras. Llévame a conjugar el mundo en un
suspiro, a bailar el vals de lo que nunca muere, el vals nostálgico e
imperecedero que sacia y da sed al mismo tiempo.
Mordiscos de
luz que te sorbo en cada beso; sin embargo. Bocados de vidas que se degustan de
a poco, que se conocen en la lucha y se deleitan entre antojos. Vidas, que se
van entremezclando, y se beben por los ojos.
Creación Propia