lunes, 3 de marzo de 2014

Tu Horizonte...




Tu horizonte se me pierde, a veces, entre desvaríos de Nada, entre suspiros que lanzo al horizonte lejano de una ausencia que jamás quiso habitar entre mis mundos perdidos. Ausencia que jamás quiso habitar en mi presencia.  Ausencia, que ya conjuro al entierro para siempre y por entera. 

Tu horizonte se me pierde a veces, y lucho por recuperarlo, porque me ha hecho abrir la mirada y respirar nuevamente ilusionada. 

Tu horizonte se me pierde cada vez que te busco y no te encuentro, o te llamo y no acudes inmediato a enjugar esas lágrimas que no derramo, ni me permití derramar un día para quizás poder vivir entera. 

Me das tanto en cada beso que podría recorrer todo y volver a empezar de nuevo. Tierno, más tierno que la nieve que toco y se me derrite entre los dedos. 

Viniste lento y te quedas aún más despacio. Permaneces. Estás. Con la mirada silente y las manos llenas de esperas, pudores que se olvidan de su propio nombre cuando nos sentimos tan cerca. Tan lenta. Tan verdadera. 

Vaho de hastío y de desvarío.
 
Vaho: la suma de tus silencios más los míos. 

Me vas ganando lento y, sin embargo, me calas y acaparas casi más que mis propios miedos.  Me acaparas, tanto a mi yo terrenal como a la etérea, a tragos desbordados que me abstraen la conciencia. Me apagas la luz de lo perdido y me abres, en cambio, las puertas de tu mundo, tan pasado como futuro. Y parece que te conozco desde antes, como si ya nos hubiésemos visto hace mucho. 

Y quisiera navegar tu camino, o que tú navegases el mío. 

Navegar ambos el absurdo, de vivir sin más, y parecer que hasta tiene sentido. 

Qué pena habernos conocido tan tarde. Qué error tal vez tan tarde habernos conocido. Qué pena no habernos encontrado antes: antes de la desdicha, de la tristeza, antes de los llantos escondidos, de las buscadas ausencias, de los pasos y las bocas a la defensiva. Qué lástima que andes tan cerca y yo a veces tan perdida. 

Qué pena que sea tarde, qué pena que aún por las noches venga a inundarme la vida. Qué pena no poder dedicarte aquellas sonrisas: las que me hacían guapa, sincera, las que me hacían valiente y hasta altiva. 

Vacíos de Nada que me inundan, que me acuden y me llevan y me invocan y me dañan. Vacíos que conjuro a morirse envueltos en su propia Nada. 


Pero, no obstante, lo “tarde” vuelve a ser relativo. Y vuelven los verbos a conjugarse en subjuntivo. Subjuntivo: “Ojala”, “Quisiera que”, “temo  que”, “por favor no te vayas”. Imperativos: “Quédate”, “dime”, o “llévame”, entre muchos etcéteras. Llévame a conjugar el mundo en un suspiro, a bailar el vals de lo que nunca muere, el vals nostálgico e imperecedero que sacia y da sed al mismo tiempo. 

Mordiscos de luz que te sorbo en cada beso; sin embargo. Bocados de vidas que se degustan de a poco, que se conocen en la lucha y se deleitan entre antojos. Vidas, que se van entremezclando, y se beben por los ojos.


Creación Propia