Ojala
pudiera hacer como que no existe.
Como que mi
pasado no está.
Y navegar
sin rumbo fijo hacia el futuro prometedor que soñaba de pequeña. Ese de vida un
poquito más fácil. No fácil del todo, pero sí un poquito más que entonces, y
tal vez mucho más que ahora.
Si desandara el camino, si pudiera, me ahorraría todas las piedras que en él me puse yo sola. Ahora sí, no me las pondría, porque he aprendido que las piedras ruedan solas.
Si desandara el camino, si pudiera, me ahorraría todas las piedras que en él me puse yo sola. Ahora sí, no me las pondría, porque he aprendido que las piedras ruedan solas.
¿Y por qué
no?
Ojala
pudiese seguir enfadándome para meterme a escribir a oscuras a mi habitación,
como si no hubiese nadie más pendiente de mí, como si nadie más que yo sufriese
las consecuencias de mis manías antojadizas. Y salir al instante, cuando ya
hubiese llenado folios y folios explicando los motivos de por qué estaba allí,
de dónde quería ir y cómo creía que podría conseguirlo. Y salir después del
cuarto, como si ya todo estuviese de nuevo en su sitio, con la plena convicción
de que ya estaría un tiempo sin volver a descolocarse. Y que verdaderamente
todo esté, porque, muy probablemente, por aquel entonces, lo que yo veía
descolocado no lo estaba tanto.
Ojala
pudiese volver de vez en cuando: A las risas sin origen ni motivo, sin
preocupaciones, limpias, sinceras. Sin otro brillo distinto tras los ojos, sin
el recelo siempre alerta y las manos cansadas de enmendar errores y pedir
disculpas.
A todo el
mundo. Porque en la desesperación las palabras fluyen y las lenguas se sueltan,
y las mías tampoco lo hacen menos. Y la tristeza es una quimera. De los más
altos sueños, de las más altas desilusiones. De la tristeza nace el amor, la
compasión, nace el misterio y también la pena.
Ojala de vez
en cuando pudiese hacer como que nada ha existido, que no ha sucedido.
Ojala tuviese la certeza de que nunca volveré a sentirme tan sola. Sola por mi exclusiva culpa, quizás. Seguramente. Sola por querer expulsar de mi lado a todo aquél que me decía verdades. Ignorando que no era yo la única que sufría, pero, pareciéndome, a la vez, que todo el dolor del mundo había conspirado, casi, para venirse conmigo.
Ojala dejara de madrugar implorando a Dios. Y conciliar el sueño, unos días mejor que otros, volviéndolo a implorar. Siempre escapándoseme, huidiza deidad, y, siempre, de nuevo, suplicándole.
Ojala tuviese la certeza de que nunca volveré a sentirme tan sola. Sola por mi exclusiva culpa, quizás. Seguramente. Sola por querer expulsar de mi lado a todo aquél que me decía verdades. Ignorando que no era yo la única que sufría, pero, pareciéndome, a la vez, que todo el dolor del mundo había conspirado, casi, para venirse conmigo.
Ojala dejara de madrugar implorando a Dios. Y conciliar el sueño, unos días mejor que otros, volviéndolo a implorar. Siempre escapándoseme, huidiza deidad, y, siempre, de nuevo, suplicándole.
Un día más,
una noche más: Dios, Dios, Dios Mío. Siempre acompañado de apellido. Mío, sólo,
sólo Mío y para mí. Porque mi desesperación es tan grande que ni siquiera le
puedo compartir.
Creación Propia
1 comentario:
Sigo leyéndote que lo sepas ;)
me gustó mucho este texto Patri!!
Cris
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