martes, 2 de diciembre de 2014

Hacer como que no existe...

Ojala pudiera hacer como que no existe.  
Como que mi pasado no está.
Y navegar sin rumbo fijo hacia el futuro prometedor que soñaba de pequeña. Ese de vida un poquito más fácil. No fácil del todo, pero sí un poquito más que entonces, y tal vez mucho más que ahora.
Si desandara el camino, si pudiera, me ahorraría todas las piedras que en él me puse yo sola. Ahora sí, no me las pondría, porque he aprendido que las piedras ruedan solas. 
¿Y por qué no?
Ojala pudiese seguir enfadándome para meterme a escribir a oscuras a mi habitación, como si no hubiese nadie más pendiente de mí, como si nadie más que yo sufriese las consecuencias de mis manías antojadizas. Y salir al instante, cuando ya hubiese llenado folios y folios explicando los motivos de por qué estaba allí, de dónde quería ir y cómo creía que podría conseguirlo. Y salir después del cuarto, como si ya todo estuviese de nuevo en su sitio, con la plena convicción de que ya estaría un tiempo sin volver a descolocarse. Y que verdaderamente todo esté, porque, muy probablemente, por aquel entonces, lo que yo veía descolocado no lo estaba tanto.
 
Ojala pudiese volver de vez en cuando: A las risas sin origen ni motivo, sin preocupaciones, limpias, sinceras. Sin otro brillo distinto tras los ojos, sin el recelo siempre alerta y las manos cansadas de enmendar errores y pedir disculpas.
 
A todo el mundo. Porque en la desesperación las palabras fluyen y las lenguas se sueltan, y las mías tampoco lo hacen menos. Y la tristeza es una quimera. De los más altos sueños, de las más altas desilusiones. De la tristeza nace el amor, la compasión, nace el misterio y también la pena.
 
Ojala de vez en cuando pudiese hacer como que nada ha existido, que no ha sucedido.
Ojala tuviese la certeza de que nunca volveré a sentirme tan sola. Sola por mi exclusiva culpa, quizás. Seguramente. Sola por querer expulsar de mi lado a todo aquél que me decía verdades. Ignorando que no era yo la única que sufría, pero, pareciéndome, a la vez, que todo el dolor del mundo había conspirado, casi, para venirse conmigo. 
Ojala dejara de madrugar implorando a Dios. Y conciliar el sueño, unos días mejor que otros, volviéndolo a implorar. Siempre escapándoseme, huidiza deidad, y, siempre, de nuevo, suplicándole. 
Un día más, una noche más: Dios, Dios, Dios Mío. Siempre acompañado de apellido. Mío, sólo, sólo Mío y para mí. Porque mi desesperación es tan grande que ni siquiera le puedo compartir.
 
Creación Propia

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sigo leyéndote que lo sepas ;)
me gustó mucho este texto Patri!!

Cris