Le saludo y nos damos los buenos
días.
Y pienso:
Qué antítesis tan cínica:
la libertad, ahí, reverberando en todas
las paredes de mi casa,
y yo, apocalíptica,
transeúnte que vaga perdida
entre las noches y los días.
Un alma libre y enjaulada.
Y si sólo fuera eso…
Cada noche, en el silencio, apago la
luz
y siento:
¿qué pasará mañana? ¿Al otro?
Aunque, casi, esos sí que los supongo.
Lo dramático es otra cosa:
¡Qué humanidad tan deshumanizada!
¡Qué realidad tan escabrosa!
Y me cuestiono:
¿Qué ambiente enrarecido y extraño me
esperará cuando,
por fin, podamos abrir la valla?
¿Cuándo se podrá un abrazo,
desde el fondo?
¿Cuándo podremos quitarnos las
mascarillas del alma?
¿Quién se responsabilizará de
esto?
¿Habrá algún beneficiado en esta
matanza? ¿Cómo se miden las pérdidas?
¿A cuánto va cada vida humana?
Cada vez pasan más días,
y me siento más desinformada.
¿Por qué?
¿Dónde está la causa?
Patricia Gómez Sánchez
(2/4/2020)
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