sábado, 7 de agosto de 2010

La música de los cuerpos

Quiero que vengas a llenarme minutos con suspiros que serán, en nuestro espacio,
no de aire, sino de piel curtida por ardor de besos silenciados.
Las pasiones se hundirán bajo el hueco cóncavo que dejarán las huellas de nuestros pasos en las playas donde los amantes acuden a buscar tentaciones.
Hundiremos las pasiones muy hondo, a fuerza de apretarlas
entre los huesos, o carne, o sal, o trémulos envites de vidas desatadas.
A mis agostos tórridos te requiero porque, entre el sol que esplende,
necesito tus ansias rodando por mi vientre.
Un aire de vida aún quiere volar o, más bien, rodar, al son de unos acordes
salidos del pentagrama de los dioses.
Cuando la música se vuelve inarmónica,
cuesta creer en los amores que encajan en alguna órbita.
Busco notas distraídas, sin intenciones de enseñarme sus manías.
Instante de silencios desacordes.
Que me llenes, que me apagues las desgastadas noches
que, de tanto mirarlas pasar lentas,
se van difuminando sobre mi lecho de esperas.
Humedades de sudores, poros de ensueño,
surtidores de los que mana vida, agua de ebriedad que beber quiero,
de fuego, o de hielo; de carne al fin:
de muerte o vida, realidad o cuentos.
Cólmame de sueño o imagen.
Cólmame, completa,
de lluvia a base de tormentas.
De manos suaves que me dibujen lenta,
parte a parte; de mutuas caricias flameantes
que nos lleven al Universo de las casualidades causales.
Los días son materia
que corre mientras el tiempo nos va marchitando las ganas.
La sangre apremia
y quiere fluir como río que cala la tierra;
no quiere derramarse gota a gota
en cuerpos cansados de ser tiempo sin historia.
Hartos de ser sencillamente entes que se mueven.
Hartos de ser materia viva arrastrada por tierras estériles;
materia que nació para elevarse y se ve reptando cual serpiente.
Vísteme la piel de tus pulsos latientes,
apriétame la sed entre tus desiertos calientes.
Viértete sobre mi boca silente.

Propio

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