martes, 31 de mayo de 2011

Son de mar


Es el tiempo, sin duda. Miedo a perderlo, miedo a que se me escape, a que el presente huya y no haya tiempo de volverlo a recuperar. El tiempo es oro, y yo soy muy consciente de ello. Tal vez demasiado. Tengo miedo a perder ese tesoro. Miedo a que las horas, los minutos... se me pasen sin hacer nada provechoso.

Utilidad. La busco en todas partes. Y me impaciento. ¿Cómo se construye un futuro? ¿Cuál es la mejor opción? Hay demasiados factores en juego. Ya no es lo que me gusta, sino se qué soy capaz, cuáles son mis aptitudes, mis capacidades, mis límites... ¿Dónde están? Y, al final de todo, la misma pregunta: ¿Quién soy? Y la misma respuesta: NO lo sé. Por mucho que viva, me doy cuenta de que nunca lo sabré. Sabré lo que he hecho y lo que no, lo que decidí en un momento determinado y lo que dejé pasar, lo que deseé y lo que dejé de desear... Pero quién soy. Eso nunca puede saberse.

A veces nos perfilamos en casualidades, nos definimos de improviso, nos moldeamos con estructuras fugaces, que un día deciden abandonarnos. A veces nos sentimos definitivos en un abrazo, en un suspiro, en un beso, en una sonrisa. A veces pensamos: Aquí estoy yo, esta soy yo, este es mi espíritu más puro. Y a veces esos momentos también pasan, y con ellos desaparece aquella definición que creímos definitiva. Y hay que reinventarse. ¿Dónde? ¿En qué espacio? ¿En qué sonrisa, en qué beso, en qué suspiro, en qué palabra nos volvemos a encontrar?

Y nos desvanecemos, nos venimos abajo, perdemos las fuerzas. Algo sentimos morir en nuestro interior. Es una ilusión, es una esperanza, es un amor lo que hemos perdido. Pero hay que volver, hay que pensar que necesitábamos esa caída para renacer con nuevo impulso, con energías renovadas. Pero la caída duele. El suelo está muy frío, hay miedo a volverse a levantar. Caídas y levantamientos. El continuo absurdo. La esencia de uno mismo. La misma que se cae y se levanta. Y siempre reconocernos: Yo en la duda, Yo en la respuesta definitiva, Yo en el sí, Yo en el mismo no, Yo en el abrazo, Yo en el odio, Yo en el odio que exhaló del amor; amor sin fuerzas, amor desgastado, amor transformado.

La vida es como el mar: olas y más olas... Que nacen para ir a morir en la playa. Pero, tal vez, debiéramos aprender de las olas. Aunque sepan su destino no pierden su fuerza. Olas, por el simple placer de rodar, por el simple placer de exhibirse, de acariciar la superficie del mar, de nacer para vivir. De ignorar todo lo demás.

Hoy recomendaré un libro: "Son de mar" de Manuel Vicent. Es una nueva interpretación del clásico mito de Ulises, con personajes tan reales como surrealistas, escenas de un realismo mágico impresionante, descripciones magistrales de paisajes, de emociones, situaciones...que nos transportan a un Universo de ilusiones del que no podemos desprendernos hasta que no lo temrinamos. Manuel Vicent escribe de tal forma que leer es una delicia, un momento mágico que nos aparta por un tiempo de la caótica vida.

La lectura por la lectura, el arte por y para sí mismo. El arte más puro, el que nos aparta del mundo. No hay grandes datos, ni informaciones útiles pero este libro es un guiño a la ilusión, un guiño al dejarse llevar, a la magia, al placer del remanso intelectual. Un ejemplo de la persuasión que esconde la belleza por el simple hecho de serlo.

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