con una venda en los ojos,
para evitar sus prejuicios sobre los juzgandos:
para que no pueda ver si son listos, torpes, guapos, altos,
ricos, pobres, tristes o iluminados.
A la Justicia, como al amor,
se va con las manos siempre abiertas y llenas:
de ardor, valentía,
ilusión, empatía;
llenas también con el dolor y la pena
por los que no están,
por tantas y tantas habitaciones vacías.
Porque Justicia es también esperanza:
Es ver abrirse un sendero
donde ellos pisan la hierba;
hacer de cada paso una nueva vía
por donde encontrar caminos
para conquistar la utopía.
Vislumbrar un oasis donde la solidaridad
aún nos permita
ser esa libertad compartida.
A la Justicia se le invoca con palabras y gente inundando las calles,
los centros, las Avenidas...
Justicia, para desenmascarar las mentiras,
para recordar que la democracia es el pueblo
y que el pueblo está cansado
de esa insaciable sed
de dinero, dominación, títulos, de poder.
Que el pueblo está cansado de esos circos
políticos y ya no se los cree.
La Justicia es el último reclamo
contra los que matan,
violan, torturan, hacen daño;
Y también
contra los que lo permiten,
porque tienen igualmente manchadas
las manos.
Contra los que no actúan:
no legislan, no enseñan, no cuidan ni protegen.
No educan.
Justicia para y contra aquellos
que se irrogan autoridad
por ser hombre, blanco, poderoso,
adulto, americano,
adinerado, religioso...
Aunque al final, cuanto más amos, más esclavos:
Esclavos de un título, un color,
un rango,
un cromosoma, un estatus;
todo prediseñado.
Son ellos los sometidos, alienados;
Los deshumanizados.
Este poema es una Oda a la Justicia
única y verdadera: la que sólo podremos conseguir juntos, libres y hermanos,
cuando unidos y unidas, luchemos
por que esa Diosa
siga teniendo los ojos vendados.
Patricia Gómez Sánchez
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