martes, 2 de marzo de 2010

Compartiendo azúcar


A veces todo es mucho más sencillo de lo que parece. A veces, la mayor parte de las veces, nos pasamos el tiempo quejándonos, lamentando todo lo que nos falta, lo que echamos de menos o lo que nos gustaría tener. Pero las cosas pequeñas nos pueden llegar a hacer muy felices si las sabemos valorar. Lo que está un día tras otro. Los segundos, minutos, horas, días!! que pasamos con una misma persona consiguiendo (sin ningún esfuerzo) no discutir nos pueden dar una pequeña señal de lo encantadora e inexplicable que es la vida. Cosas tan simples como atiborrar a alguien a bizcocho, compartir el azúcar del café (echándose una la mitad y otra 1 + la otra mitad) o las maxi-palmeras blancas del desayuno, saber con qué cara se levanta y llega a clase, saber qué piensa tras un examen, qué hace antes de irse a domir, saber qué opina de la vida, de la amistad, del amor, a qué velocidad come, cuáles son sus colores favoritos, convencerla continuamente y hacerla creer que hay máquinas de recargar móviles donde jamás existieron, convencerla de tus propios sueños y hasta persuadirla de que pase por el barro! Hacer peyas juntas o inventar lemas como: "Nosotros testigos, nosotros decidimos". Que te escuche todas las divagaciones filosóficas, o las alusiones continuas a poetas y a escritores pasados de moda (efímeros pero imperecederos)... Asentir a la vez mientras escuchas a un profesor, y darte cuenta de que sois las dos únicas personas de clase que asienten!!! Eso une mucho. Unen las pequeñas cosas, porque son muy grandes. Sólo hacen falta espíritus dispuestos a vivir de presentes, a disfrutar el momento, a percibir, a sentir, a valorar, a reir... y los buenos sentimientos aflorarán, porque están dispuestos a nacer allí donde encuentren un poco de terreno fértil. Porque todo aspira a paz.

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