viernes, 30 de octubre de 2009

De sueños y realidades

Matrices que explotan niños huérfanos de amor.

Conjuros y desolación.

En sus albores, una adolescencia violenta,
morbosa de sangre y sudor.

Un cielo sin estrellas, un sol de hielo que congela las almas y los corazones.
La aurora dejó de ser alba para convertirse en luz agonizante que llama al suplicio del agotamiento del día.

Los pájaros no trinan, chillan. Lloran.

No hay un trozo de verde en la orilla de los ríos.

Los colores se han teñido de mugre; la vergüenza disfrazado de orgullo.

Desfilan en este paraíso ovejas que presumen ser representaciones de héroes.

Al tañer de una campana, acuden en masa, para ver cómo agoniza la verdad, espíritus errantes que se alimentan de crueldad.

Al crujir una vida, se refugian en la indiferencia más recóndita, por si una mancha de sangre les recuerda que su persona tampoco es eterna.

Estos seres no son ligeros, no se deslizan; cual masas plomizas se hunden en la tierra hasta que se van ahogando por la miseria.

Lo que veo es engañoso; ilusiones de estos sentidos imperfectos de que me doto.

Me elevo por encima de lo efímero; penetro en esos parajes insondables de la risa; hasta el jugo mismo segregado por mis propios deseos; hasta las puertas del abismo; hasta lo difícil de los límites inacabados; exprimo estas miradas de fraternidad aparente; bebo de esta mezcla de soledad y silencio, de abstracción y simplicidad y me acurruco en la verdad onírica de mis sueños; aunque onírica, verdad al fin y al cabo.

Que este sueño de infinito me demuestre, una vez más, que hay otra realidad.

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