Cuando el ave de alas cálidas acuda con su pico a comer de las mentes desnudas, hallará tan sólo pompas engañosas y vacías.
Morirá famélico y joven; morirá para siempre incomprendido el anhelado pájaro que salió de entre el barro.
Con ojos vacíos mirará leve, sombrío el volar de la prisa; olerá tan sólo el último aliento de la ira.
Morirá entre basura; mas su sangre, al final siempre pura, tenderá a resurgir de entre esas brumas.
Ave de hielo, ave de fuego; ave que vive fuera y dentro.
Pero de la nada nacerá nuevamente, esa llama prenderá, sucumbirá al reclamo de unos ojos, unos labios vivos, que escucha que le hablan; atenderá cualquier llamada, pues con ella se incendia el alma.
Ese es el destino humano: siempre muriendo, y siempre resucitando.
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