viernes, 11 de diciembre de 2009

Vapor de ceniza


Debo decir que Vicente Aleixandre ha superado, incluso, increíblemente, a Albert Camus y a Hermann Hesse. ¿Por qué? Porque él hace filosofía en poesía, que me resulta mucho más elogiable. Es cierto que a palabra nos engaña, que la palabra reduce el mundo a simplemente unas letras, que lo delimita, lo empequeñece lo suficiente como para que quepa en nuestras limitadas mentes. En cambio, cuando leo a Vicente Aleixandre no leo sólo palabras; leo sentimientos. A veces, resulta ininteligible lo que dice, a veces las palabras no presentan coherencia, ni gramática adecuada; pero, en cambio, es en esas ocasiones cuando, más que leer palabras, más que interpretar el texto, lo siento. A través de sus versos puedo sentir como Aleixandre, puedo ver el mundo desde sus ojos, puedo mirar como si él fuera un espejo del Universo. Lo que más me gusta de su estilo es que no podría clasificarlo dentro de una corriente determinada, no sé decir si es optimista, si es pesimista, si es panteísta, si cree en la Unidad o en el Caos... Pero describe tan bien el mundo que siento que me rodea...Podrá parecer ridículo, aunque pienso que no, puesto que si fuera así no lo declararía, pero me emociono excesivamente con sus frases, incluso acuden a mis ojos intentos de llanto, un brillo tenue que denota una alegría tan profunda que sólo puede sentirse. Podría decir de él que es pesimistamente optimista, u optimistamente pesimista. Describe un infierno celestial, o un cielo infernal. Hay en todo él mezcla de amor y destrucción. El bien y el mal campan juntos por toda su poesía, mezclándose, confundiéndose. Sus palabras son como "vapor de ceniza". Son a la vez ligeras y pesadas, densas y fluidas, tormento y redención. Sin más, pasaré a trascribir aquí el poema que me parece el más representativo de su estilo y el que, personalmente, más veces he leído y releído, y siempre me deja con la boca abierta y el corazón encogido:

CRIATURAS EN LA AURORA
Vosotros conocisteis la generosa luz de la inocencia.
Entre las flores silvestres recogisteis cada mañana
el último, el pálido eco de la postrer estrella.
Bebisteis ese cristalino fulgor,
que como una mano purísima
dice adiós a los hombres detrás de la fantástica presencia
montañosa.
Bajo el azul naciente,
entre las luces nuevas, entre los puros céfiros primeros,
que vencían a fuerza de candor a la noche,
amanecisteis cada día, porque cada día la túnica casi
húmeda
se desgarraba virginalmente para amaros,
desnuda, pura, inviolada.
Aparecisteis entre la suavidad de las laderas,
donde la yerba apacible ha recibido eternamente el beso
instantáneo de la luna.
Ojo dulce, mirada repentina para un mundo estremecido
que se tiende inefable más allá de su misma apariencia.
La música de los ríos, la quietud de las alas,
esas plumas que todavía con el recuerdo del día se plegaron para el amor, como para el sueño,
entonaban su quietísimo éxtasis
bajo el mágico soplo de la luz,
luna ferviente que aparecida en el cielo
parece ignorar su efímero destino transparente.
La melancólica inclinación de los montes
no significaba el arrepentimiento terreno
ante la inevitable mutación de las horas:
era más bien la tersura, la mórbida superficie del mundo
que ofrecía su curva como un seno hechizado.
Allí vivisteis. Allí cada día presenciasteis la tierra,
la luz, el calor, el sondear lentísimo
de los rayos celestes que adivinaban las formas,
que palpaban tiernamente las laderas, los valles,
los ríos con su ya casi brillante espada solar,
acero vívido que guarda aún, sin lágrimas, la amarillez
tan íntima.
la plateada faz de la luna retenida en sus ondas.
Allí nacían cada mañana los pájaros,
sorprendentes, novísimos, vividores, celestes,
Las lenguas de la inocencia
no decían palabras:
entre las ramas de los altos álamos blancos
sonaban casi también vegetales, como el soplo en las
frondas.
¡Pájaros de la dicha inicial, que se abrían
estrenando sus alas, sin perder la gota virginal del rocío!
Las flores salpicadas, las apenas brillantes florecillas del
soto,
eran blandas, sin grito, a vuestras plantas desnudas.
Yo os vi, os presentí cuando el perfume invisible
besaba vuestros pies , insensibles al beso.
¡No crueles: dichosos! En las cabezas desnudas
brillaban acaso las hojas iluminadas del alba.
Vuestra frente se hería, ella misma, contra los rayos
dorados, recientes, de la vida, del sol, del amor, del
silencio bellísimo.
No había lluvia, pero unos dulces brazos
parecían presidir a los aires,
y vuestros cuellos sentían su hechicera presencia,
mientras decíais palabras a las que el sol naciente daba
magia de plumas.
No, no es ahora cuando la noche va cayendo,
también con la misma dulzura pero con un levísimo
vapor de ceniza,
cuando yo correré tras vuestras sombras amadas.
Lejos están las inmarchitas horas matinales,
imagen feliz de la aurora impaciente,
tierno nacimiento de la dicha en los labios,
en los seres vivísimos que yo amé en vuestras márgenes.
El placer no tomaba el temeroso nombre de placer,
ni el turbio espesor de los bosques hendidos,
sino la embriagadora nitidez de las cañadas abiertas
donde la luz se desliza con sencillez de pájaro.
Por eso os amo, inocentes, amorosos seres mortales
de un mundo virginal que diariamente se repetía
cuando la vida sonaba en las gargantas felices
de las aves, los ríos, los aires y los hombres.


Espero que no os haya decepcionado. Seguro que las expectativas de mi presentación han sido, no sólo satisfechas, sino superadas. Os recomiendo leerlo y releerlo varias veces, porque con cada nueva lectura experimentareis nuevas sensaciones.

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