viernes, 3 de junio de 2011

Vivir...

¡Qué difícil es darse cuenta de que nada es lo suficientemente importante! Nada merece demasiado la pena, nada debe matar la ilusión. Ninguna caída es lo suficientemente grande como para poder hablar de Caída. La desesperación llega cuando se acaba la paciencia, cuando una sola caída hace que nos vengamos abajo. De las caídas hay que aprender, hay que levantarse y continuar.
Pero es muy mala la impaciencia, ese sentimiento de que no hay nada claro, de que hay que aprender nuevamente, de que no sabemos nada. Ser consciente de todas nuestras limitaciones, pero, a pesar de ello, querer sacarlas fuera, hacerlas visibles porque también somos humanos, y porque nos sentimos orgullosos de caer.

La impacienca es mi caída, una y otra vez. Querer todo, y quererlo ya. Es muy inabarcable, el mundo es demasiado complejo para poder abarcarlo entero demasiado pronto. Un demasiado pronto que parece siempre demasiado tarde. ¿Cuál es la meta? ¿Cuál es el final, el objetivo? Preguntárselo una y otra vez, y al final no encontrar ninguno. No saber cómo canalizar las actitudes, las capacidades, las esperanzas, las ilusiones. ¿Cómo se canaliza todo lo que uno siente dentro? ¿Dónde y cómo lo expresa?

Sentir que el mundo es tan grande y nuestra existencia es tan pequeña...

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