Me gusta el rosa de
sus labios
cuando amanecen por la mañana.
Y el color que se le queda
cuando se lava el pelo.
El rubor de mi cara cuando me toca.
Cuando caminamos juntos
y observo, desde detrás,
el color que va dejando su sombra.
Me gusta el marrón de
sus ojos
y el color de su risa.
El rojo de sus besos,
el azul de sus abrazos,
y hasta el verde de su misterio.
El blanco de sus ideas
reflejando todos los colores;
el negro de su inteligencia,
absorbiendo y analizando cuanto oye.
Admiro el morado de su pacifismo
y el pálido de su piel
cuando viene a mí
porque tiene frío.
El sublime gris plata
que se instala en su mirada
cuando algo se ha torcido.
Me gustan las curvas
de su cuerpo:
sus pestañas, sus comisuras,
su pecho,
su vergüenza y su ternura;
su contradicción,
sus comentarios locos,
sus aceptaciones rotundas,
sus afirmaciones dudosas
y sus indubitadas dudas.
Lo que me gustaría,
ahora,
sería terminar pintando un arco iris
con mis labios sobre su cintura.
cuando amanecen por la mañana.
Y el color que se le queda
cuando se lava el pelo.
El rubor de mi cara cuando me toca.
Cuando caminamos juntos
y observo, desde detrás,
el color que va dejando su sombra.
y el color de su risa.
El rojo de sus besos,
el azul de sus abrazos,
y hasta el verde de su misterio.
El blanco de sus ideas
reflejando todos los colores;
el negro de su inteligencia,
absorbiendo y analizando cuanto oye.
Admiro el morado de su pacifismo
y el pálido de su piel
cuando viene a mí
porque tiene frío.
El sublime gris plata
que se instala en su mirada
cuando algo se ha torcido.
de su cuerpo:
sus pestañas, sus comisuras,
su pecho,
su vergüenza y su ternura;
su contradicción,
sus comentarios locos,
sus aceptaciones rotundas,
sus afirmaciones dudosas
y sus indubitadas dudas.
sería terminar pintando un arco iris
con mis labios sobre su cintura.
Patricia Gómez Sánchez
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