sábado, 6 de junio de 2009

Encuentro

Tal vez fue en el banco de un parque, tal vez en una calle concurrida, tal vez estaba mirando un escaparate la primera vez que lo vi; tal vez vestía pantalones vaqueros, o chandal, o tenía el pelo largo, o corto. No recuerdo ya dónde, ni cómo, o tal vez no quiera recordarlo. Pero sí recuerdo que lo encontré, y que quizás nunca vuelva a ocurrir algo así. Entre la gente que no me habla, entre la gente que no me despierta, lo hallé. Desperté del letargo de una apática existencia a tan solo tres palabras de su llegada. Las voces, los alientos y las miradas se mezclaron en un bullicio de intenciones. Desperté de este mundo de soledad incomprendida, salí del aturdimiento de las voces que presagiaban el desastre. El fracaso desapareció para siempre. Podrá no haber culminación, podrá todo ser una ilusión pero, ante el descubrimiento, la frustración se bate en retirada. La alegría duró sólo el instante que se puede colar entre las barreras del juicio y la conciencia.
Él es el aleph donde callan mis preguntas, el punto final de cada uno de mis pensamientos. Porque siempre lo he tenido dentro, porque desde siempre supe que lo reconocería. Un día me sacó del frustrante destino del que se sabe eternamente sediento. Y sentí su complicidad hasta en el aire que separaba los límites de nuestros cuerpos. Y comulgamos en el silencio hecho beso. Y supimos que estábamos hechos para la insatisfacción. Y supimos que nos gusta aspirar a lo que no se alcanza. Porque lo que nos da la sed nunca nos la podrá quitar. Porque cuanto más bebamos, más sedientos estaremos. Por eso es mejor no arriesgarse a probar el primer trago. Y supimos que es más poética una vida de abandono. Porque da miedo entregar la soledad en la que hallamos el sentido. Almas, profundas, clamando, entorpeciendo. Queriendo encontrar y perder. Porque han nacido para el dolor, porque se regodean en la abstinencia. Porque sienten morbo con el anhelo y empacho en la complacencia. Porque se reservan para no perderse. Pasan los días con amor en versión de sucedáneos porque se venden al precio del mercado, valorando las cifras positivas, sin el coste de oportunidad. Aspiran a mucho y, cuando creen haberlo encontrado, retroceden muertas de miedo. Se conforman viviendo a trozos, divididas en partes, para nunca perderse por completo. Que se sacian con los despojos de vidas arrastradas, en las medias formaciones y en las creencias imperfectas; aspirando al punto medio, con un corazón mediocre que ya ni llora ni ríe. Con una cicatriz que supura cada vez que penetra un recuerdo, con la llaga mal curada de una historia no intentada. En el hastío de una vida carroñera que transcurre en los suburbios.
Corazones que nunca se alejan para no olvidar el camino de vuelta, que vacilan y se quedan. Que dicen sí y dicen no.

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