viernes, 5 de junio de 2009

La duda

La duda es algo importante. Después de haber estudiado (en Derecho eclesiástico) el contenido de la conciencia (ideas, creencias, convicciones y opiniones), llegamos a la conclusión de que las creencias son el fundamento de nuestra persona. Y la creencia es aquello donde no puede penetrar la duda, porque es algo para-racional, y que la duda reiterada puede llegar a ser una creencia. Entonces, en ese momento, en ese instante en el que la profesora dice: es bueno dudar, en ese momento en el que leo a los filósofos y dicen: dudo, luego existo, me siento comprendida. Me siento comprendida cuando Hermann Hesse dice que Novalis y Goethe forman parte de él, o cuando alguien habla de su espíritu voluble. Me gusta la poesía porque es el corazón dudando, y la filosofía porque es la razón respondiendo. Son las dos caras de la misma moneda.

“FIN DE UN AMOR
No sé si es que cumplió ya su destino,
si alcanzó perfección o si acabado
este amor a su límite ha llegado
sin dar un paso más en su camino.
Aún le miro subir, de donde vino,
a la alta cumbre donde ha terminado
su penosa ascensión. Tal ha quedado
estático un amor tan peregrino.
No me resigno a dar la despedida
a tan altivo y firme sentimiento
que tanto impulso y luz diera a mi vida.
No es culminación lo que lamento.
Su culminar no causa la partida,
la causará, tal vez, su acabamiento”.

Esto diría Manuel Altolaguirre si le preguntamos sobre el fin de un amor. Si preguntáramos a algún filósofo o psicólogo nos explicaría una gran teoría sobre: “ya ha acabado la función que quería que cumpliera, ya la carencia afectiva ha terminado” o “ya no hay admiración”...
Pero nos hacen falta las dos respuestas, las dos visiones, para estar completos.

Seguiré con la duda. La duda es lo que nos hace avanzar. Necesita respuesta y para alcanzarla hay que buscarla, ¿o ella viene a nosotros? Todos buscamos la certeza, queremos un asidero fijo al que agarrarnos, porque tememos caernos. Se puede dudar sobre todo, igual que se puede buscar cualquier cosa. Se puede dudar sobre una persona, sobre si conseguiremos un propósito, si tendremos un determinado futuro u otro, sobre si debemos confiar en una persona, sobre si es el momento más apropiado para iniciar algo, sobre la vida, el amor, la muerte, o sobre cosas menos profundas como qué ropa queremos ponernos. En fin, cada persona dudará de lo que le apetezca. Podemos sobrellevar la duda mejor o peor, pero todos aspiramos a que se despeje algún día. Podemos estar tranquilos en la duda. ¿Y por qué, entonces, puede llegar a ser un problema la duda? Pues porque a veces se resuelve en el momento menos oportuno. Porque ha tenido muchos momentos para resolverse, porque se podía perfectamente haber resulto otro día, en otro momento; pero ahí, en la circunstancia más inoportuna, el día más inadecuado está nuestra respuesta. Pero en esas circunstancias no te sirve la respuesta, porque no es factible, porque no tiene sentido y no sabes si será la respuesta definitiva. Cabe la posibilidad de que la respuesta definitiva no esté, sino que sea empresa nuestra convertir una respuesta en definitiva. Es decir, ¿existe el destino? Si decimos que sí, la respuesta definitiva llegará por sí sola. En cambio, si no creemos en el destino, habrá que coger una respuesta, la que sea, y convertirla, nosotros, en definitiva.

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