martes, 16 de junio de 2009

¿Para qué la literatura?

Ayer leí a Unamuno, y dice que cuando escribimos pretendemos inmortalizar, pero lo que hacemos es matar, porque plasmamos todo un cúmulo de sensaciones, de emociones, de imágenes... en unas cuantas palabras. Esto me ha hecho pensar bastante, porque nunca me planteé así la escritura. Y creo que tiene mucha razón. Y ya en mi blog faltaba algo de reflexión, y creo que este es el momento de volver a ella y abandonar un poco la línea tomada. Porque está bien cambiar de estilo, para no caer en la monotonía. Y creo que me va a salir una entrada larga, aviso, y quizás algo confusa.
Con la escritura, todo lo que no ha quedado grabado en el papel se puede borrar de nuestra memoria. Tenemos la seguridad de que en el papel está todo lo importante y, por eso, lo no escrito es como si no hubiese ocurrido. Nos aferramos a la seguridad de la palabra, a su perdurabilidad y olvidamos la memoria de las sensaciones. Está bien escribir lo que sentimos, pero no hay que agotar demasiado los temas, no hay que escribir desde una perspectiva demasiado rigorista.
Cuando sentimos algo muy fuerte, es como si tuviéramos dentro un fuego, es una pasión, y no se puede describir. Sólo podemos describir aquello que no arde en nuestro interior. Esto quizás iría en contra de todos los poetas, de todos los grandes “escritores de emociones”. Quizás iría incluso en contra mía. Pero esto sería una mala interpretación. Sólo hay que pensar los temas de los poemas. ¿Predominan los temas alegres o los temas tristes? Es evidente que es muy difícil escribir al amor correspondido, es difícil hallar lo poético en lo positivo. Los grandes poetas escriben al desamor, al dolor y a la pena. Y no se trata de que sea lo más fácil, sino que escriben a esto porque es lo más odioso. Porque es lo que quieren alejar de su espíritu. Es lo que quieren matar. Por eso lo escriben, no para inmortalizar su pena, sino para matarla, para arrancársela. Cuando escriben a temas alegres casi nunca triunfan, porque:
· bien las personas que lo leen no se sienten identificadas. Y tampoco quieren sentirse identificadas. Cada persona siente su amor de una manera única, especial. Ni siquiera en una sola persona hay un solo tipo de amor. Amamos a las personas por su individualidad. Por ejemplo, yo no puedo comparar el amor que siento hacia la persona A con el que siento hacia la persona B, C...Porque cada persona es única, a cada persona se la quiere de acuerdo con su forma de ser. No se puede medir el amor, ni comparar. Es cuestión de asignación. Y eso no le quita su magia. Hay aquellos a quienes amamos como amigos, a quienes como compañeros de viaje, como confidente, como consejero, como amante...No es una cuestión de medición, sino de asignación. A cada uno le asignamos un papel en nuestra vida. No asignamos un papel protagonista a uno determinado y a los demás les apartamos de nuestro lado.
· bien se quedaron demasiado cortos al expresarlo, desvirtuaron aquello que querían ensalzar.
Esto supondría decir que si quieres ser un buen poeta tienes que dedicarte a escribir sobre la tragedia de la vida. Quizás no sea mentira. Sobre la alegría no se lee ni se escribe. La alegría es la vida, no la literatura. La literatura puede ser placentera, exquisita, sublime, dulce, y muchos otros adjetivos más, pero no olvidemos que es también solitaria, alienante, incluso incita a la reclusión, reclusión en el sentido de su autosuficiencia. Es tan autosuficiente que incita a la prescindibilidad de todo lo demás. Pensemos en qué llevó a Cervantes a inventar a Don Quijote, nada más allá de la realidad.
Pensemos en aquella persona con la que compartimos tantos momentos bonitos, cuya mirada recordamos hasta el último brillo de sus ojos, pensemos en una mirada que tenemos clavada en lo más hondo del alma. ¿No daría miedo describirla? Su descripción no se puede comparar con esa mirada que recordamos. La sensación es siempre más poderosa que la expresión. Quizás ambas se pueden complementar, pero nunca las consideremos excluyentes. Existen muchos poetas que creen, erróneamente, que ellos sienten más que los demás. Que son egocéntricos porque creen que ellos son más humanos que el resto, porque ellos tiene más sensibilidad, porque escriben y leen mientras el resto de gente se empeña en otras tareas. Esto es un grave error. Como he dicho, escritura y sentimiento son complementarios, pero no han de ir necesariamente unidos.
En fin, como conclusión, para poner un poco de orden en todo esto que he dicho, creo que la literatura mata a la vez que da vida. Mata porque inmortaliza, porque paraliza, porque crea un espacio de estatismo y no de dinamismo. Pero también da vida porque al escribir, al intentar aproximarnos, nuestra sensibilidad aumenta.
Pero la sensibilidad no sólo aumenta al escribir. Se puede escribir mucho y sentir poco, igual que se puede sentir mucho y no atinar a expresarlo, de grande que es lo que se siente. Hay quien prefiere sentir y callar, y quien prefiere sentir y hablar; es cuestión de elección, no cuestión de predisposición.
Después de lo dicho, me siento obligada a identificarme, a meterme en un grupo. Pues bien, como toda persona, soy voluble. Unas veces estoy en un sitio, y otras veces en otro. Y no creo que me pueda meter en ningún grupo porque no soy ninguna poeta. ¿Por qué escribo? Porque me quiero conocer. Porque me gusta hablar. Porque me gusta hablar de lo que siento. Porque me encuentro en mi pensamiento. Como ya dije, escribo sobre lo que siento y sobre lo que imagino sentir. Sobre lo que vivo y lo que imagino.
Nada más.

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