sábado, 16 de mayo de 2009

El mal de los espejos

EL MAL DE LOS ESPEJOS
¿Qué es un espejo? ¿Cuándo empezaron los espejos? ¿Qué le pasó a Dionisio cuando se reflejó en el espejo más natural de todos, en el río? ¿Cuántas veces te ves reflejado en un espejo a lo largo de un solo día? ¿Dónde están situados los espejos, en ámbitos públicos o más privados? ¿Qué pasaría si no hubiera espejos? Cuando respondamos a estas preguntas veremos la inutilidad de los espejos y, a la vez, su abundancia y, a la vez, la dependencia que tenemos de ellos. Los espejos son una cosa que siempre ha producido mucha impresión en el ser humano. Los animales se asustan ante los espejos. Siempre produce terror la idea de verse encerrado en un lugar lleno de espejos. Produce una sensación de angustia, de inseguridad que nos resulta espeluznante. El espejo ocupa un lugar importante en la mitología y las supersticiones de muchos pueblos. La imagen que en él se refleja se identifica a menudo con el alma o espíritu de la persona. Los espejos son algo misterioso. Pensemos en la leyenda de los vampiros, ellos nunca se ven reflejados en los espejos. Pensemos en Lewis Carroll, en su interpretación del mundo en “Alicia a través del espejo”. Recordemos ese espejo de Harry Potter que no refleja la imagen de quien lo contempla, sino sus deseos más profundos. Y, por supuesto, no nos olvidemos de la superstición de que si rompes un espejo te perseguirán siete años de mala suerte. Como vemos, los espejos se utilizan siempre para dar un halo de misterio y siniestralidad. Esto demuestra que no es cualquier cosa, no es como cualquier otro objeto. Los bebés no entienden qué es un espejo, también se pueden asustar, o pensar que es otra persona diferente a ellos. Quizás esto haga que me haya parado a reflexionar sobre los espejos, y sobre los tipos de personas que puede haber en virtud de lo que sientan ante el espejo. En el espejo se ve un físico, un cuerpo. Pero el hombre es más que eso, muchísimo más. Cuando se ve ante el espejo, su pensamiento se ve enfrentado a un objeto: él mismo, su reflejo. Aquí, en este choque, es donde surge el conflicto. Su interior, que se piensa a sí mismo, se ve en el espejo y, muchas veces, no se gusta, o no se siente correspondido. Muchas personas se sienten decepcionadas cuando sienten una gran belleza interior, cuando sienten un alma alegre y, después, ven que tan sólo son un cuerpo, un objeto más entre todos los objetos y seres del Universo. El hombre, en su interior, se siente todo, se siente grande, se puede llegar a sentir en conexión con todo el mundo que le rodea. Pero, cuando ve el espacio que ocupa, se siente nada, se siente aislado, perfectamente separado de lo que le rodea, y eso le produce una gran decepción. El hombre que se mira en el espejo, que se mira detenidamente, sólo puede sentir frustración. Esta frustración no depende únicamente de que su imagen le guste o no, que se ajuste más o menos a los patrones de belleza de su época. La frustración es inevitable en cualquier hombre que se piense y después se vea. No creo que en el espejo se vea el alma, sino, muy al contrario, creo que en el espejo se destroza el alma.
Pensemos en las personas gordas, las personas con arrugas, las personas que no son consideradas “guapas”, pensemos en el gran complejo que les puede causar mirarse en un espejo. ¿Por qué es este complejo? Muchas veces es sólo deseo de imitación y de reconocimiento social. Pero muchas otras veces no es sólo complejo, sino también frustración. No pueden creer que ese interior tan suyo, tan personal, todo ese mundo interior tan bello que sienten no puede reducirse sólo a esa imagen absurda y fea que ven en el espejo.

Creo que fue en “El primer hombre” de Albert Camus, donde un chico adolescente se sentía muy mal al mirarse al espejo. El chico estaba enamorado, sentía cosas muy bonitas en su corazón pero, al mirarse al espejo, no podía comprender como podía ser tan feo y tan desproporcionado; no podía encontrar su alma en ninguna parte de aquel espejo. Este es el eterno dilema, por el que entran en conflicto filósofos, sociólogos, escritores, poetas y hasta teólogos. Es el eterno dilema, que se refleja claramente en el mal de los espejos. El hombre, internamente, siente la Unidad, se siente en armonía con lo que le rodea, siente el Universo dentro. Pero luego, ante el espejo, se ve solo, aislado, un minúsculo punto en ese cosmos, y siente miedo, y vértigo, y pena.
Después de haber leído bastante filosofía, veo que lo que todos intentan solucionar con sus teorías, con todos sus argumentos lógicos, con todas sus formas de razonamiento, es el mal de los espejos. Intentan poner un poco de orden en ese enfrentamiento: universalidad (o Unidad) e individualidad (o personalismo). Y ofrecen muchas soluciones, muy diversas, y todas igualmente razonadas y razonables, así que la elección es nuestra, dependerá de nuestro espíritu, y no de nuestra razón, elegir una. Podría resumir las respuestas a este dilema que se han dado. Son básicamente dos:
1. Schopenhauer no encuentra forma de solucionarlo. Aboga por el pesimismo más profundo. Si el hombre quiere no ser infeliz, tendrá que entender que nunca va a conocer nada. Es la liberación por la santificación del hombre que renuncia, que ha conocido la esencia del mundo y se ha sustraído al círculo del querer, encontrándose más allá de todo desengaño, de todo lo pasajero y todo lo malo, porque ya no quiere nada. Esto sería la liberación por la negación del propio hombre. Suprimiéndose la voluntad a sí misma, empleando el sujeto la voluntad que en él alienta para querer su propia negación, a fin de que desaparezca toda posibilidad de lucha y de dolor, y el mundo torne a la nada”.
2. Nietzsche piensa que este ansia de buscar la Unidad no debe llevarnos a la frustración, sino que debe impulsarnos a la acción. Es el teórico de la superación. Cada acción en sí, cada momento, es ya la Unidad. El hombre ya es, no necesita nada más. El ansia de redención que en Schopenhauer se expresa en un no frente a la vida, se satisface para Nietzsche en el desarrollo histórico infinito de nuestra especie.
Por supuesto que hay muchísimos filósofos, que cada uno ofrece una posibilidad para solucionar este “mal de los espejos”, pero creo que todos estarán siempre flotando entre alguna de estas dos grandes corrientes.
A la primera, más pesimista: Schopenhauer, Paulo Coelho, Hermann Hesse (En "Siddharta" y la primera parte de "El lobo estepario"), Pío Baroja (en "El árbol de la ciencia, última parte).
A la segunda, más optimista: Nietzsche, Hermann Hesse (en la última parte de "El lobo estepario"), Albert Camus, Sartre, Pío Baroja (en "El árbol de la ciencia", primera parte), Hemingway.

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