sábado, 9 de mayo de 2009

¿Qué pasa cuando Dios se está agotando?

¿Por qué el hombre se siente angustiado? ¿Triste? ¿Por qué está perdido? ¿Por qué no sabe cómo encontrar su sitio, no encuentra la felicidad? ¿Por qué el hombre se está entregando al mercado de los sentimientos? Porque vive en un mundo que se está transformando y no tiene la estructura mental preparada para ese cambio. Me he pasado de los filósofos a los sociólogos. Recomiendo el libro del sociólogo Georg Simmel, seguidor de Max Weber, titulado "Schopenhauer y Nietzsche". Hace una interpretación magnífica de estos dos filósofos, a través de los cuales explica qué le pasa a la sociedad de los siglos XIX y XX, la sociedad de la industrialización y el mercado. Dice lo siguiente:
La cultura grecorromana vivía con el principio del carpe diem. Las alegrías sensuales del momento tenían su fin en sí mismas. Al escindir la vida en una serie de momentos singulares acentuados, la liberaba violentamente de la necesidad de una unidad absoluta. No era necesario aspirar a nada supremo para encontrar la felicidad.
Después, con la caída de estas dos culturas, llegaron las religiones orientales. El misticismo de las mismas inclinó cada vez más a todo género de supersticiones. Por otra parte, la existencia de este misticismo hizo que las gentes dejaran de hallar sentido en la amplitud de la vida confusa. Ahora la felicidad sólo era una, y sólo se encontraba en la armonía y el equilibrio. La armonía estaba en el dios, estaba en el mundo interior, no estaba en los pequeños placeres. Cuando las culturas orientales entraron en declive quedó un hueco, el hombre se perdió.
Entonces el cristianismo trajo la salvación. Prestó a la vida el fin absoluto que esta ansiaba, despué sde que la había hecho perderse en un laberinto de meros medio y relatividades. La salud del alma y el reino de dios se ofrecían a los hombres como el fin absoluto más allá de todo lo singular, lo fragmentario y absurdo de la vida. Y de este fin ha vivido hasta que en los últimos siglos perdió su poder para innumerables almas. Se está perdiendo la fe en dios, la fe en el cristianismo, la fe en los mitos, en lo impalpable. Pero este agotamiento de Dios deja la pirámide sin cúspide, deja a los feligreses sin guía, a los caminantes sin una meta que oriente su camino. Aquí está el argumento del cristianismo actual. Esta pérdida de Dios es lo que hace al hombre caminar sin rumbo. Recomiendan la vuelta a Dios. Aquí es donde está el fallo. Aquí es donde debemos decir: No, no la vuelta a dios, la vuelta a la cultura grecolatina. Miremos a los griegos, leamos sus tragedias. En ellas está todo lo que hace falta para llenar una existencia, para responder todas las cuestiones metafísicas. Hallemos la alegría en los pequeños detalles, sin aspirar al ser supremo, digamos carpe diem. este mundo, impulsado por la voluntad de fines y carente de ellos, fue el punto de partida de Nietzsche. Para Nietzsche la vida puede llegar a ser su propio fin, y con eso queda eliminado el problema de un fin último que estuviese colocado más allá de su proceso natural. Nuestra vida es sólo nuestra vida, no es nada más ni nada menos. Lo único trascendental somos nosotros mismos, ¿por qué no conformarnos con estar aquí y ahora? ¿Hace falta algo más maravilloso todavía?

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